Opinión
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  • Diario del Altoaragón

La destrucción de la gota fría

P ODEMOS atenernos a la denominación estricta de la DANA como Depresión Aislada en Niveles Altos o buscar respuestas al fenómeno de una gota fría que ha exhibido una capacidad destructiva ignota en muchos de los lugares afectados, con el agravante de que se ha cobrado ya un buen puñado de víctimas mortales. Lo cómodo, seguramente, sería apelar a la excepcionalidad y llorar simplemente los daños humanos y materiales a la espera de que no vuelva a suceder. Pero mirar hacia otro lado, en la confianza de que la naturaleza no reitere su acción brutal, representa una irresponsabilidad cuando la mayor certidumbre es que, en esta materia, no hay certezas, y la percepción de que la recurrencia en las manifestaciones climatológicas abruptas y anómalas crece, interprétese que como consecuencia del cambio climático, elíjase la lectura de que cíclicamente la humanidad ha estado sometida a estas catástrofes.

La búsqueda de explicaciones racionales constituye uno de los rasgos de la personalidad del ser humano, y es lógico concebir dudas en torno a realidades como la situación de los cauces, la regulación de los ríos, la construcción en determinadas ubicaciones o las fórmulas para contener el desaforado avance de las fuerzas combinadas de la naturaleza. Prevenir es un valor al alcance de un proceso que comienza por la observación, continúa con la reflexión y deriva en una acción para evitar el padecimiento de estos desastres. El hombre tiene que eludir la querencia a tropezar dos veces en la misma piedra, y en esa línea hay que imponer la exigencia a las administraciones y la reclamación de un debate global porque, obviamente, en nuestro hábitat se suceden acontecimientos que nos desbordan y hasta nos matan.