Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Pedir perdón mejor que reprochar

Pedir perdón, disculparse, constituye un ejercicio que refleja humildad, esa virtud a la que Hemingway atribuía el secreto de la sabiduría, del poder y del conocimiento. Representa un punto de partida para la construcción y para la reconstrucción, un escenario desde el que crecer, sobre el que corregir y preparar el futuro.

El final del tedioso proceso fallido para una investidura, que ya se da por hecho incluso cuando quedaban algunos días todavía para rectificar hasta que el lunes sea ya irreversible la convocatoria de nuevas elecciones, ha estado marcado por los reproches. En realidad, a quien compete la reconvención y la reprimenda es al pueblo español, que entregó a sus representantes un mapa con el que buscar acuerdos y poner en práctica esa condición de la política como el arte de lo posible. Obviamente, cada uno en su parte alícuota de responsabilidad, el fracaso ha sucedido al rosario de despropósitos que este país, robusto hasta aguantar lo indecible como ha quedado ratificado, ha soportado desde las vísperas del Gordo de la Lotería de 2015. Cuando esto ocurre, se quema una porción de la credibilidad y de la confianza en la clase política que demanda una reafirmación en las convicciones del sistema democrático y del Estado de Derecho.

El electorado, heredero de la España que ha sufrido abnegadamente tantas contrariedades colectivas extremas, tendrá que hacer un ejercicio de resiliencia para estimularse hacia el voto el 10 de noviembre. Pese a la manifiesta limitación de los actuales ocupantes de los liderazgos, que pierden su legitimidad ya por el hecho de no entender que pronunciar perdón es gratis y reporta buenos réditos, debemos mirar en profundidad hacia delante desde la consciencia del pasado y comprender que, en nuestras manos, está el interés general, el gobierno y, si preciso fuere, la censura.