Opinión
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  • Diario del Altoaragón

La plaza de Manuel Iglesias y Enrique Calvera

Las grandes ciudades se diferencian, mucho más que por su censo o su prosperidad, por la calidad de su callejero. Mientras algunas urbes y pueblos se distinguen por la zafiedad en la consignación de nombres a sus espacios públicos, el paseo por otros da verdadero gozo, cuando se van atravesando vías de personalidades ilustradas, de personajes meritorios y de grandes acontecimientos históricos sin duda alguna de legitimidad. Sucede en muchas localidades castellanas, donde impresionantes oradores, extraordinarios legisladores y prodigios de la creación literaria y artística se suceden sin solución de continuidad. Es una seña de identidad de primer orden.

Ayer, Barbastro enriqueció su toponimia ciudadana con la dedicatoria de la plaza sur del Museo Diocesano a Manuel Iglesias y Enrique Calvera, en una feliz solución de continuidad que identifica a dos de los grandes adalides del patrimonio no solo de la ciudad del Vero, sino de todo el territorio que abarca la diócesis de Barbastro-Monzón. Don Manuel Iglesias y don Enrique Calvera plasmaron durante más de cuarenta años en imágenes el legado recibido de la fantástica vocación de nuestros antepasados de entregarnos obras de arte únicas con la temática religiosa como fundamental motivo. Y dataron, catalogaron y se entregaron a la actividad museística sin freno, sin pausa y con una enorme laboriosidad tan sólo comparable a su talento y su amor por el prójimo y por la tierra. De su fabulosa hoja de servicios pende el fabuloso capital histórico al cuidado de esta circunscripción y la justa reivindicación de su integridad desgajada por infaustos avatares pretéritos. La plaza servirá de orgullo y de recuerdo de que tenemos una responsabilidad y un compromiso en su custodia y su cuidado. La virtud viene en dúo.