Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Julio Luzán al encuentro de Ramiro el Monje

Anunció el rey monje, Ramiro, que iba a mostrar una campana cuyo tañido sonaría en todos los confines del reino. Es así como se fraguó la leyenda que deslumbra con su relato en presencia del magno cuadro representativo de Casado del Alisal. Ayer, Julio Luzán, que ha hecho de la creación, la tecnología, el ingenio y el amor por la historia y por las gentes del presente una forma de vida irrenunciable, explicó el origen y el sentido de su colaboración generosísima con el universo de las personas de la discapacidad, que no es otro que el que compartimos todos con la diferencia de que algunos mantienen una ceguera análoga a la de quienes simulaban percibir el traje del emperador desnudo. Primero fue el acercamiento, propio de una condición humana intrínseca pero en ocasiones despojada de nosotros, como es la curiosidad. De ella manó la observación de las necesidades, y de éstas la convicción de que, efectivamente, un mundo mejor es posible si apostamos por la dualidad compatible y complementaria de la diversidad y la igualdad. El ojo penetrante de Luzán, acompañado por la apertura de los oídos y el motor de la voluntad, le han convertido en un imprescindible en este colectivo. O, para ser más exactos, el estado actual del tercer sector altoaragonés sería incomprensible sin su cóctel de genialidad y prodigalidad.

Decía tras recoger el Premio Cadis Julio Luzán que el conocimiento de la necesidad le ha permitido aplicar las soluciones. Y, en su vocación de convertir lo pequeño en gigantesco por la magia del cine y el arte, ha cincelado volúmenes visibles desde tan lejos como los quiera percibir el corazón humano. Al campaneo ensordecedor del rey monje, ha sumado el creador posmoderno el monumento más colosal jamás elevado: el de la sociedad más justa e inclusiva. Se oye y se ve.