Opinión
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  • DIARIO DEL ALTOARAGÓN

Instituto de Estudios Altoaragoneses, 70 años

C UANDO un jurado, como el de los Altoaragoneses del Año, escucha una propuesta como la del Instituto de Estudios Altoaragoneses, mantener la mano de la voluntad abajo es punto menos que imposible. Sería una renuncia a la honradez intelectual no sólo difícilmente explicable, sino prácticamente imposible de asimilar y de asumir. Por eso la unanimidad define la percepción que los oscenses tenemos de una entidad que, a golpe de proeza cultural setenta calendarios, se convierte en un prodigio. Las estadísticas no son lo sustantivo, pero 45.000 monografías, la confluencia de ocho centros comarcales -a su vez, admirables- y otros guarismos tan sólo encuentran parangón, para dimensionar adecuadamente la labor de esta institución, cuando se exponen personalidades como su fundador, Virgilio Valenzuela, Ricardo del Arco, Antonio Durán Gudiol o Federico Balaguer, inspiradores de una promoción de los saberes que tuvieron un importante punto de inflexión con la autonomía respecto a la Diputación en 1977.

El respaldo a los investigadores, a los autores de publicaciones monográficas, a la bibliografía y la conjunto del patrimonio cultural, trascendiendo incluso nuestra provincia para abrazar en su acción a toda la comunidad, son baluartes sobrados como para que personalidades actuales de la talla del vicerrector Dueñas, de Ángel Gari o de Alberto Sabio, por incidir en la diversidad generacional, refrenden el carácter fundamental de esta organización para los creadores, para los científicos, para los artistas, para los literatos y para todos quienes anhelan con generosidad contribuir a un crecimiento imprescindible de una sociedad a través de los cimientos más sólidos para su transformación hacia la justicia y los valores humanos cincelados por el conocimiento.