Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Juego, apuestas, ludopatía

Un poeta inglés definió el juego como hijo de la avaricia y padre del despilfarro. Obviamente en sus conceptos de azar, que no en sus beneficios creativos como expresión lúdica, ha sido justamente considerada la manera más rápida de arruinarse, y en la actualidad no se refiere exclusivamente -que también- al aspecto crematístico, sino también al emocional y a la salud.

La futura Ley del Juego de Aragón pretende un endurecimiento de las normas que rigen los actuales reglamentos, para controlar los accesos y también para limitar la acción de los espacios donde se efectúan las apuestas. No es sencillo, porque la globalización que representan las nuevas tecnologías demandan unas respuestas específicas insospechadas hace muy poco tiempo, como constata la estadística que revela la nueva personalidad de quienes incurren en adicciones patológicas en juegos electrónicos o de azar, como ya define en su actualización la ludopatía la Real Academia Española de la Lengua.

Nos hallamos ante una de esas situaciones controvertidas, con un sector con unos beneficios muy jugosos (más de 11,5 millones en el último ejercicio sólo en casas físicas), que duplica los que se declaraban un lustro atrás) que, sin embargo, provocan unas afecciones sociales, familiares y particulares realmente demoledoras. Una cuestión, sin duda, de salud pública y de dignidad, como ha ocurrido en otras actividades que finalmente han sido reguladas y, en determinados ámbitos, prohibidas. Hoy, el tablero no está en las casas de apuestas, sino en todo el mundo a través de la enorme disponibilidad cibernética, y la respuesta para su uso consciente y responsable ha de estar definida por soluciones profesionales y éticas transversales. Nos jugamos mucho (en todos los sentidos).