Opinión
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  • Diario del Altoaragón

La máxima diligencia para la A-23

Las muestras de júbilo que se producen con el avance de las infraestructuras son tan legítimas y razonables como la expresión de preocupación cuando se producen desajustes e incluso efectos colaterales del avance en determinados escenarios mientras otros quedan en condiciones desfavorables. Sucede en las comunicaciones en las que las vías rápidas topan de golpe con los viejos tramos lentos y ocasionan los cuellos de botella con una ralentización que, en situaciones de fuerte circulación, se convierte antipática en extremo. Por supuesto, los trabajos en la obra pública tienen sus ritmos y garantías, con lo que la velocidad no es la deseable en unos tiempos en los que la eficiencia de la economía demanda diligencia en aspectos como la logística, el transporte o el turismo.

Es razonable que las instituciones locales, los empresarios y los transportistas expongan su incertidumbre por panoramas como los que se han vivido en las últimas jornadas, coincidiendo con momentos relevantes para nuestro territorio, con una fuerte afluencia de visitantes que desean encontrar, además de atractivos como la nieve y el resto de los encantos de los destinos turísticos, la máxima comodidad. Hoy, la movilidad sostenible y fluida constituye un factor crucial para la competitividad de un territorio, tanto de los que amparan su sustento en los servicios como los que necesitan de una distribución ágil de mercancías y ciudadanos para no ver cercenadas sus posibilidades de progreso. De ahí que demandar al Ministerio de Fomento la finalización de unos trazados que se antojan eternos no es sino una obligación a la que han de sumarse, por responsabilidad, todos los agentes sociales y las administraciones.