Opinión
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  • Diario del Altoaragón

De la ilusión a la esperanza

Ella le dijo que la ilusión no se come, a lo que el coronel replicó que no se come pero alimenta. Así explicamos esa esperanza, vaga o firme dependiendo de las convicciones y las aventuras de cada pensamiento, cuando llega la Lotería de Navidad y muchos acarician el sueño de la coincidencia entre sus números y el Gordo. En el fondo, como afirma George Lucas, el secreto de las películas es que son una ilusión. Y, sin embargo, cuando acaban y la fortuna se ha instalado en nuestras vidas, nos ha rozado o directamente nos ha esquivado, hemos de pensar que hoy mismo amanece nuestro deber ético de configurar nuestra vida en torno a otra aspiración: la de optimizar las condiciones de una sociedad centrada en los afanes del trabajo, en las visiones de los horizontes y en la transformación de la comunidad y el planeta para disfrutar de la plenitud posible de nuestra existencia.

Concentrar nuestras expectativas en unos bombos azarosos representa una minusvaloración de nuestra naturaleza, de nuestro desarrollo, de nuestras posibilidades e incluso de nuestro valor intrínseco y el de nuestros prójimos. Como asegura John C. Maxwell, el verdadero líder es el que pone un 10 en la cabeza de cada uno, esto es, el que robustece la confianza comenzando por la propia. En nuestra propia esencia está la responsabilidad fruto del libre albedrío que coadyuva a que tomemos decisiones para evolucionar y progresar, en primera instancia nosotros mismos, a continuación el hábitat que nos influye y en el que podemos influir. Ahora llega la Navidad, plagada de buenos sentimientos y de virtudes. Y, después, a trabajar, cuyos rendimientos son más sólidos y recomendables que nada, y además también son susceptibles de incorporar ilusión.