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La queja documentada de la agricultura

Acostumbrada como está nuestra sociedad a los estereotipos y la superficialidad, no serán pocos los ciudadanos que aprecien una cierta hipérbole en la reacción de las organizaciones agrarias al balance del año 2019. Y, sin embargo, además de la experiencia sobre el terreno, pueden argumentar el conocimiento estricto a través de las estadísticas que no fallan, que abundan en las caídas notabilísimas en actividades como la cerealística o la de la fruta, que en nuestra provincia tienen un peso específico importantísimo sobre las rentas de los propietarios de las explotaciones y, consecuentemente, sobre todos los profesionales. Implica, de paso, un empobrecimiento en el medio rural por vía muy directa y una cierta brecha respecto a otros colectivos.

Constituye una irresponsabilidad aislar la suerte del sector primario del resto de las actividades, tanto desde un punto de vista económico como social e incluso en un aspecto tan básico como es el nutricional. La agroalimentación es el gran desafío que afronta el planeta para las próximas décadas, tanto por la necesidad de producción como la obligación de que ésta se sustancie con las menores emisiones posibles por la sostenibilidad con la que combatir el cambio climático. Los agricultores y los ganaderos incorporan todas las innovaciones -está en su ADN esta actitud- que favorece la ingeniería, las tecnologías y la experiencia, que someten a toda la pericia que han demostrado para la adaptabilidad a lo largo de las décadas y de los siglos. Contribuir a que tengan las mejores condiciones no sólo es un deber, sino que forma parte del cierto egoísmo de auspiciar el mejor marco para quienes nos confieren los productos de mayor calidad y seguridad. Y, en esa vía, es justo respaldar sus inquietudes. Pocas bromas.

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