Opinión
Por
  • PECKER

El buen anfitrión

LOS AMIGOS son una de las cosas más importantes de la vida. Así lo creo yo. Los amigos son tu familia, esa que no te viene impuesta por la biología sino que se elige con toda la conciencia. Y el ejercicio de la amistad requiere cariño, amor y respeto, pero además exige esfuerzo, constancia y compromiso.

Cuando vienen invitados a mi casa, intento que estén lo más a gusto posible, intento anticiparme a sus necesidades, intento que se sientan como en casa. Desde luego, lo que en ningún caso hago, es responsabilizarles de las molestias que a mí me puedan ocasionar. No se me ocurre mostrar mi fastidio cuando no puedo levantarme al baño en bolas en mitad de la noche si se quedan a dormir, ni se me ocurre dejar ver mi tedio cuando pienso que tendré que poner una lavadora con sus toallas y sábanas una vez se han marchado. El primer día, cuando llegan, les tengo preparada una cena de bienvenida con un pescado al horno o con una pizza a domicilio, lo que sea. Abrimos una botella de vino y brindamos por la amistad. Nos vamos todos a dormir, les entrego unas llaves y les ofrezco dos posibilidades: si queréis hacer planes a vuestro aire, perfecto; si preferís que nos inventemos algo juntos, lo hacemos. Eso sí, tened en cuenta que yo tengo lío, así que habrá que encajarse. ¿Vale? Que descanséis. Estoy feliz de teneros en casa.

Pero no todo el mundo parece entenderlo así. Tengo unos amigos actores que hace unos años se mudaron a Hollywood con el fin de buscarse la vida en la meca del cine. Cada vez que hablábamos, cada vez que nos veíamos tomando una caña en Malasaña en una de sus fugaces vueltas por España, insistían en la idea de que fuéramos a visitarlos. De verdad. Veniros. Tenemos un apartamento muy guay con un sofá en el salón que podréis usar como cama confortable. California es alucinante. Tenemos que enseñaros tantas cosas… Nosotros, María y yo, fantaseábamos continuamente con esa posibilidad y, de pronto, la primavera pasada, me contrataron para ofrecer varios conciertos en el sureste de los Estados Unidos, así que planificamos el viaje. Chicos, que sí, que vamos. ¿Os va bien? Pues claro. Claro que sí. Nos va de maravilla. Llegamos a eso de las 8 de la tarde al aeropuerto de Los Angeles, y dos horas más tarde a casa de nuestros anfitriones. Estábamos inundados de ilusión. Veníamos cargados de presentes y víveres muy ibéricos, para ellos. Se abrió la puerta y nos abrazamos largo rato, nos invitaron a pasar y arrinconamos las maletas junto al sofá. La mesa del salón estaba vacía. Nos invitaron a sentarnos a su alrededor. Hablamos de nuestro reciente paso por Florida y Texas. Hablamos de su trabajo y de la experiencia de vivir en ese país. Dos horas después tuve que pedir un vaso de agua. Me lo bebí sin respirar, intentaba saciar mi hambre con disimulo. Ya eran las doce de la noche y lo último que había engullido era una chocolatina con avellanas a 12.000 metros de altitud a las 5:30 de la tarde. Saqué de la mochila una bolsa de patatas fritas que había viajado conmigo, les invité, picaron alguna, pero fui yo quien acabó devorándolas a medias con mi mujer. Seguimos casi una hora más escuchando disparatados argumentos sobre las ventajas de no usar fregona, sobre la absurdidad, según ellos, de reciclar y sobre la supremacía de los coches automáticos americanos. Por fin alguien dijo que quería irse a dormir. Me pareció una idea estupenda. El sofá no era un sofá cama, así que para que pudiéramos descansar los dos, nos ofrecieron además un colchón hinchable individual. Fue en ese momento cuando se tomaron la molestia de aclararnos que lo habían comprado para nosotros y que, en cuanto nos fuéramos, lógicamente, tratarían de venderlo de nuevo para intentar recuperar parte del dinero. Dormimos.

Cada mañana recogíamos el colchón, las sábanas y mantas, las doblábamos con cuidado y las amontonábamos en una silla para que no molestaran. Cada mañana, antes de que se fueran a trabajar, éramos nosotros los que les ofrecíamos un desayuno con la fruta, cereales, tostadas y embutidos que habíamos comprado en el supermercado. Algún día, si tenían fiesta, les sugeríamos hacer juntos una excursión o ir a ver un concierto. Alguna noche preparamos una buena cena casera para que cuando llegaran cansados de toda la jornada, pudiéramos sentarnos a la mesa y compartir con ellos un rato. Pero nada parecía sentarles bien y no entendíamos por qué. El ambiente se fue torciendo minuto a minuto. Teníamos la sensación de estar molestando siempre. Tratábamos de pasar la mayor parte del tiempo fuera, como turistas profesionales. Una noche llegamos a casa después de cenar y los encontramos viendo una peli de Netflix. Hola. Buenas. No la pausaron para dedicarnos 5 minutos y charlar un momento. No. No existíamos. No se movieron del sofá. Fuimos al baño, nos lavamos los dientes en silencio, cruzamos inevitablemente por delante de la tele, nos sentamos a oscuras a la mesa, sin hablar, y esperamos que aquello terminara de una vez por todas. Y entonces, buenas noches, hasta mañana.

La mañana de nuestro regreso a Huesca se fueron a trabajar. Nos habíamos despedido previamente con un abrazo rígido y un extraño cariño forzado. Quedamos que dejaríamos las llaves en el mueble del recibidor y cerraríamos de portazo, así que nos hicimos la maleta, recogimos el salón, fuimos a comprar una botella de vino para dejarles algo con lo que brindar por la amistad y, justo cuando nos disponíamos a tomar un uber para dirigirnos al aeropuerto, recibimos un whatsapp. Bajad las sábanas y las toallas a la lavandería comunitaria del sótano. Va con monedas. En media hora estará listo y podréis meter todo en la secadora. No olvidéis dejarlo plegado encima del sofá. Buen viaje.

Y así terminó. No hemos vuelto a saber nada de ellos desde entonces. Ni siquiera un triste like. Es evidente que nadie tiene razón en todo, que cada cual tiene sus motivos y que no todos tenemos la misma medida ni concepción de las cosas. Y es posible, por otra parte, que mi idea del buen anfitrión no sea universal y que en Hollywood, simplemente, se hagan las cosas de otra manera, you know?