Opinión
Por
  • ENRIQUE SERBETO

La ira de los mansos

La ira de los mansos
La ira de los mansos

La protesta de los agricultores es muy mal síntoma. La cara que ha puesto el Gobierno de coalición ante estas manifestaciones es aún peor indicio. Además, este sarampión de malestar en el campo, que no viene de hoy, ha estallado en el peor momento, cuando el Gobierno se llenaba la boca con promesas para solventar el gravísimo problema de la despoblación en las zonas rurales, sin tener en cuenta que la Comisión Europea -de la que depende el grueso del presupuesto agrícola- lleva años advirtiendo que necesitamos ampliar las políticas europeas hacia otros campos, desde la inevitable transición energética, el control de las fronteras o la defensa, al desarrollo del mercado y la industria digital, y eso significa que hay menos dinero para la PAC.

Mucha gente ignora que, a diferencia de lo que sucede con los países normales, la Unión Europea no se puede endeudar, es decir, que sus responsables no pueden dedicarse a hacer promesas acomodaticias a cuenta de la deuda que pagarán los que vengan dentro de diez años. Así que si creemos, por ejemplo, que ha llegado el momento de coordinar todas las investigaciones que se hacen aquí o a allá para luchar contra el cáncer porque los científicos europeos unidos deberían poder curar esta pavorosa enfermedad, es evidente que se necesita sacar el dinero de otro lado. Además, la salida de los británicos de la UE deja un agujero muy serio en el presupuesto comunitario y en todos los países están creciendo las opciones populistas antieuropeas, lo que hace que los gobiernos cometan el error de no aumentar el dinero con el que contribuyen al presupuesto europeo. Así que quien diga que tiene una solución fácil para ello, está mintiendo.

Al Gobierno, ahora mucho más ideologizado por el componente demagógico de Podemos con el que Pedro Sánchez ha decidido adornar su currículum, si le paree que tiene soluciones fáciles. La primera ha sido seguir la misma práctica que en otros problemas, que consiste en dividir a todos aquellos con los que no estén de acuerdo. Para los que vienen de los fundamentos ideológicos de la lucha de clases les resulta cómoda esta visión dual de las cosas que separa a los buenos de los malos, a los "nuestros" de los demás. Aunque el origen del estallido de malestar -el último episodio, desde luego no el más importante- lo ha provocado el Gobierno con su decisión de aumentar el salario mínimo sin medir bien sus consecuencias, el presidente ha saltado enseguida a la yugular de los gigantes de la distribución, no porque crea que tengan la culpa de la situación que afrontan los agricultores, sino para que las protestas no le miren a él. Es curioso que hasta ahora nadie se había quejado de los buenos precios que han favorecido a los consumidores durante estos años difíciles, gracias a las grandes cadenas de distribución y ahora el Gobierno las quiere poner en la diana.

Su socio de coalición ha sido menos sutil y ha optado por lo que todo buen demagogo sabe hacer mejor: comprar simpatías con dinero público. Sin embargo, en los treinta o cuarenta años que hace que se utiliza, la receta del subsidio agrícola como el PER ya ha demostrado sobradamente que no sirve para nada más que para gastar dinero. Destinada a sacar de apuros a aquellos que no encontraban trabajo en el campo, en realidad ni Andalucía ni Extremadura, que es donde se aplica, han logrado mejorar sus estructuras económicas. En lugar de ayudar a la gente a mejorar sus perspectivas, les ha convertido en cautivos de esa limosna y a sus comunidades en perpetuos agujeros negros. Miles de temporeros que vienen a Andalucía desde Marruecos o Rumanía no se explican cómo puede ser que al mismo tiempo que les llaman a ellos haya en esos pueblos gentes cobrando por mirar como ellos hacen el trabajo.

Pero lo peor de todo es que en realidad no son los que viven del subsidio quienes se están quejando. Los tractores los sacan a la calle los agricultores y ganaderos que se ganan la vida trabajando todos los días del año, arriesgando su patrimonio cada año con una apuesta ciega de beneficios que dependen de si llueve aquí o allá y del curso de las materias primas en un mundo globalizado. La producción agrícola española es ahora abundante como para poder salir a los mercados mundiales, pero los agricultores están poco organizados y tienen aún mucho que hacer para poder defenderse como hacen sus colegas de otros países ante la competencia.

Sin embargo, es posible que haya una fórmula que pueda combinan al mismo tiempo el bienestar de los consumidores, el beneficio de los agricultores y la acción contra la despoblación rural e incluso la transición energética. El campo, la tierra, y la tecnología, pueden ser en estos momentos la respuesta a muchos de los interrogantes que nos planteamos sobre nuestro modo de vida futuro, siempre que se abandonen los viejos estereotipos de la confrontación. El Gran Joaquín Costa fue de los primeros que imagino una sociedad del bienestar basada en el campo, no en las ciudades. Por ahí creo que deberíamos explorar las nuevas oportunidades. El problema ahora, creo yo, es que las protestas pueden tomar fácilmente otro cariz hay mucha gente fuera de Madrid y nos solo los agricultores, que se han cansando de ver que este Gobierno solo tiene ojos para los racistas del secesionismo catalán, a los que les promete de todo aunque ellos digan que no piensan dejar de cometer tropelías por las que han sido condenados y ya no aguantan que para los ciudadanos mansos y disciplinados no haya más que el desprecio.