Opinión
Por
  • ENRIQUE SERBETO

El pacto de nunca acabar

Es sorprendentes la cantidad de gestos públicos de agradecimiento y solidaridad de la sociedad española hacia los que han aguantado con el grueso de la tarea de defendernos ante la epidemia. Veo en internet estos "twitts" gigantes puestos delante del Hospital de San Jorge y en la Plaza Navarra, que son la expresión de un sentimiento de reconocimiento claro y espontáneo hecho precisamente para asegurarse de que lo vean aquellos a quienes va dirigido, más que para saturar el hiperespacio de las redes sociales como sucede con los mensajes digitales. Reacciones de este tipo se han repetido por doquier en todas partes y siempre para expresar, por cualquier medio posible, esa admiración hacia aquellos que han cumplido con creces su deber, que sin una queja de más se han dedicado a salvar vidas sin hacerse preguntas, simplemente con su trabajo. Mucha gente ha estado estos días cumpliendo con su obligación, ya fuera cociendo pan (aunque solo sea para los pocos que no han sucumbido a la pasión por la repostería casera, fenómeno que, por cierto, casi parece una "sub epidemia") o recogiendo la basura, que es un ejercicio más peligroso y necesario que nunca. Las redes sociales hierven de mensajes de apoyo y gratitud al Ejército, a la UME en particular, o a la Guardia Civil o a la Policía. En fin, la sociedad ha sido muy elocuente señalando a quien cree que lo ha hecho bien en estos momentos de angustia grave. Por eso también me ha llamado la atención que no se ha visto ni un mísero mensaje felicitando al presidente del Gobierno, ni siquiera me han "retuiteado" por ahí, qué se yo, una cartulina entrañable de algún niño repipi que le haya visto por la televisión en uno de sus accesos de locuacidad. Nada. En el mejor de los casos, sus seguidores más fervientes, desde los palmeros más entusiastas a los simpatizantes más moderados, se limitan a contestar a las críticas con los mamporros habituales al Partido Popular, pero no he visto a nadie que elogie la labor de Pedro Sánchez. Me cuesta ver palabras de adulación ni siquiera entre los miembros de su gobierno. Al contrario, una parte importante de los ciudadanos no deja pasar la mínima ocasión para poner al presidente como chupa de dómine por lo que hace o por lo que deja de hacer, hasta el punto que las autoridades hacen lo posible por limitar la difusión de mensajes críticos que hacen referencia a su actitud en esta crisis. Cosa que –dicho sea de paso- me parece bastante inquietante.

Esta situación es la que hace que vea con cierta suspicacia las apelaciones a un gran pacto nacional, presentadas como una reedición de los "Pactos de la Moncloa". Nadie en su sano juicio dudaría que en estos momentos algo así, aunque no fuera más que un simple gesto simbólico, sería bueno para todo el mundo: que el país viera que detrás de la mesa de mando están todas las fuerzas políticas, precisamente porque se trata de una emergencia de tal gravedad que no importa lo que piense cada cual porque de lo que se trata es de sumar fuerzas contra un fenómeno que amenaza con destruirnos a todos.

Lo malo es que los llamamientos de Sánchez llegan tarde, cuando aquellos a quienes quiere seducir ya han perdido la confianza en que él haya entendido la gravedad de la situación. El barco va mal, tanto que el presidente busca el apoyo de aquellos a los que ha despreciado hasta ahora y estos se resisten a apuntalar a un timonel que se empeña en mantener el rumbo desacertado sin escucharles. Sánchez quiere que la UE comparta el coste de la salida de la crisis que está provocando la epidemia en general y su gestión en particular pero en el Eurogrupo le han dicho que visto lo visto, cada cual se pagará los platos que haya roto, porque es evidente que hay vajillas mejor conservadas que otras. Y ahora diría que quiere hacer lo mismo en España, es decir, mutualizar entre todos los partidos el descontento de una parte de la sociedad, y me parece que no lo tiene fácil.

Ya he escrito varias veces que si bien es cierto que Sánchez no puede cambiar el pasado, aún podría arreglar el futuro, porque lo que queda por delante es lo más relevante: salir de la crisis en la que nos estamos hundiendo. He visto cómo se están organizando en Bélgica, que es donde me encuentro confinado: la primera ministra Sophie Wilmès ha creado un comité para el proceso de "desconfinamiento" a cuya cabeza ha puesto a la más eminente epidemióloga del país, junto a una selección de los mejores profesores y especialistas en salud pública, en bioestadística, en virología, junto a economistas, empresarios, y el presidente del Banco de Bélgica, todos ellos personalidades independientes de los partidos y cuyos nombres han aparecido públicamente. El único reproche que he leído es que no habían incluido a ningún experto en materia de educación, lo cual es razonable teniendo en cuenta que también deberían intentar salvar el curso. La elección de ese comité en España habría podido ser un buen comienzo para un pacto como el que dice querer lograr Sánchez. Por desgracia, en lugar de consultarlo con nadie, para este comité de recuperación ha nombrado a su gurú particular, el tal Ivan Redondo, que es un experto, es verdad, aunque en marketing electoral, y a un grupo indeterminado de técnicos del Estado que deben ser excelentes, pero por ahora no sabemos ni quien son, todos ellos vigilados por Pablo Iglesias, el elemento que más desconfianza suscita dentro de la coalición de Gobierno y que a su vez tampoco se fía de su socio. Visto esto, me pregunto si Sánchez quiere de verdad esa reedición de los pactos de la Moncloa, o si sencillamente solo está tendiendo una trampa a los demás partidos, que si aceptan estarán avalando una gestión errática que ha tenido un coste humano escalofriante, y si se niegan serán acusados de haber dado la espalda al país. Hay que reconocer que el mercenario que le redacta estos discursos vacíos e interminables es un genio en lo suyo. Perverso, pero un genio.