Opinión
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  • Diario del Altoaragón

La dimisión de la consejera de Sanidad

Pilar Ventura presentó ayer su dimisión como consejera de Sanidad del Gobierno de Aragón después de la tormenta que desataron sus desafortunadas declaraciones en las que calificó de "estímulo" la imperiosa necesidad de tantos y tantos profesionales de proveerse de material de protección frente al coronavirus. El ser humano es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras y el exceso verbal de la titular de la cartera sanitaria ha descargado una ola de críticas que no remitieron a pesar de las disculpas -debieron ser más contundentes y directas- y de la intermediación del presidente Lambán para intentar aplacar las peticiones de cese de Ventura.

La crisis suscitada por la pandemia se cobra, de esta manera, la primera cabeza de un dirigente autonómico de esta entidad en España, a pesar de que la gestión en nuestra comunidad autónoma no ha destacado por la excelencia pero tampoco ha sido de las más catastróficas dentro de la destrucción de vida, de actividad y de movimiento en todo el país. Es cierto que las predicciones de la consejera y de todo el Ejecutivo en sus orígenes se vieron desbordadas por la fuerza de la realidad, por los errores provenientes de una cierta incapacidad para leer lo que estaba sucediendo en otros lugares del mundo, pero también lo es que las autonomías se vieron atadas de pies y manos por la asunción del mando único por el Ministerio de Sanidad, que se ha mostrado errático en todos los ámbitos, uno de los más importantes el del suministro de protección para unos profesionales que tienen la carga terrible de ser los más contagiados en términos relativos del mundo. En un momento inoportuno, se impone un relevo virtuoso para profundizar en el trabajo por la salud, tras constatar que la responsabilidad es la consecuencia natural de nuestros actos.