Opinión
Por
  • RAMÓN A. JUSTE (DOCTOR EN VETERINARIA)

Covid y recursos

L lama la atención que la covid no parece estar causando ninguna catástrofe en países con sistemas sanitarios más débiles, mientras se ceba en los países más ricos y con menor mortalidad infantil. En los que tienen pocos recursos sanitarios, es difícil plantear intensificar la terapia por lo que la infección sigue su curso, pero no da la impresión de que la mortalidad haya aumentado dramáticamente. Aunque, está claro que puede haber un factor de capacidad de recogida de la información, desde una perspectiva de población, no puede descartarse que en esas sociedades, en casos extremos con mortalidades infantiles de más de 100 casos por 1000 nacimientos frente a los 3-5 de los países más ricos los que han llegado a la edad adulta tuvieron que superar la exposición a numerosos agentes patógenos infecciosos que, sin duda, les supusieron una estimulación antigénica mucho más rica que la de los súper-higienizados países más ricos. Podríamos, pues decir que estamos ante una pandemia tecnológica en el sentido de que solo con una tecnología avanzada somos capaces de detectar tan rápidamente como lo hemos hecho la causa de una enfermedad que, precisamente por la disponibilidad de complejos recursos tecnológicos y sociales, ni de lejos está arrasando las poblaciones como hizo en su momento la peste bubónica o la viruela en poblaciones vírgenes, sino que necesita de un sistema sanitario avanzado para diferenciarla de otros síndromes gripales de invierno. La fuerte correlación con el producto interior bruto de los países afectados ratifica que se trata de una enfermedad de sociedades ricas. Es por ello, que considero que hay que reconocer la importancia de la tecnología asociada a la riqueza social que da las armas para hacerle frente. Es el tratamiento farmacológico (que era comparativamente muy escaso en 1918) y el soporte vital que va desde la respiración asistida a la oxigenación extra-corpórea lo que está salvando la vida de los más afectados. Tras ver que, incluso los más acérrimos defensores de las terapias naturales, parecen aceptar las medidas que propone la medicina convencional, sería conveniente reiterar la pregunta de qué terapia natural o tradicional podría dar semejantes prestaciones.

Dado que resulta obvio que la mayor parte de la transmisión se produce durante la fase silente, sin síntomas, de la infección, o debido a infecciones completamente latentes (numerosos testados positivos han mantenido cuarentenas, incluidas élites o castas dirigentes que no siempre han sido rigurosas en su cumplimiento, y se mantienen sin el menor síntoma), hay varias estimaciones que establecen que los datos de casos positivos son muy dependientes de la intensidad del testaje, algo que precisamente falla estrepitosamente si se compara con el abordaje de las epidemias en ganadería, donde lo primero que se hace es aplicar las técnicas de diagnóstico de forma masiva para identificar rápidamente los focos y someterlos a aislamiento. El aislamiento generalizado en la población humana, práctica indiscutida en ganadería, como un vice-consejero del Gobierno vasco señalaba en un artículo durante la crisis de la influenza, era solo motivo de satírica comparación. Ha sido la actitud de China que, probablemente tenga un concepto de población humana más próximo al de recurso económico que al de individualidad singular occidental, la que ha forzado al resto del mundo El problema es que la infección estaba ya muy extendida en algunos países como el nuestro cuando se empezaron a tomar medidas y, aunque, sin duda el aislamiento o distanciamiento social como ha venido en llamarse tiene su efectividad, esta es más bien limitada, al escapar a la detección muchas infecciones clínicamente silenciosas. De hecho, un avance significativo que nos ha traído esta pandemia es la mejor comprensión de la transmisión de las infecciones respiratorias que hasta hace poco se consideraban debidas a la inspiración directa de los aerosoles, pero que, por fin, se entiende que puedan deberse más a la transmisión indirecta por el depósito de las partículas emitidas con ellos y su posterior arrastre con las manos por la población susceptible. Este concepto que seguía sin tenerse claro incluso en el caso de la tuberculosis pulmonar es, sin embargo, crítico para cortar las vías de transmisión y, por tanto, muy importante que se tenga en cuenta en situaciones como la presente. Respecto a las curvas de infección, resulta curioso comparar países, algo que gracias a la OMS y a Internet es relativamente fácil de hacer. Ahí vemos que hay países en los que la infección se ha propagado rápidamente (Irán, Italia, España, USA, etc.) con graves consecuencias y que, en China, las infecciones se han estabilizado. Aunque parece que también las cifras de fallecimientos por o con covid son discutibles e incomparables entre países, entiendo que siguen siendo los datos más fiables de la incidencia de la enfermedad puesto que son testados de forma más consistente que el conjunto de la población. Si se puede estimar que hay un fallecimiento por cada 100 casos (un 1% de mortalidad que es una estimación bastante razonable en base a los estudios que se han hecho en lugares de testaje masivo como Corea o el Diamond Princess, aunque no tiene por qué ser igual en todo el mundo, podemos simplemente multiplicar el número de fallecimiento por 100 y tenemos una cifra razonable de la verdadera tasa de infección. Si 80 de estas personas, ni siquiera muestran síntomas, es casi imposible evitar el contagio y la difusión de la infección.

Sería necesario hacer pruebas semanales a toda la población para poder controlar esa transmisión. Aunque siempre se puede hacer un trazado a partir de casos índice como parece que se ha hecho en Corea con excelentes resultados. Para esto nuestro país ha perdido una gran oportunidad de aprovechar las instalaciones laboratoriales veterinarias que tienen la experiencia de sucesivas epidemias que han requerido el entrenamiento del personal y la creación de las infraestructuras necesarias y acreditadas para el procesado en masa tanto serológico, como por PCR que ya había sido utilizada de forma masiva en epidemias como la lengua azul de los rumiantes hace unos pocos años. La negativa del máximo responsable del programa de coronavirus a contar con las infraestructuras médicas veterinarias que se pusieron en marcha de forma particularmente potente a raíz de la crisis de las vacas locas, es un grave error que seguramente ha costado vidas al no haberse implementado inmediatamente, cuando todavía no había limitaciones de reactivos un programa de testaje con las máquinas y los robots de procesado de muestras de la profesión médica más generalista: la veterinaria. Esperemos que los gestores sociales realicen un análisis objetivo de este caso y que, para la próxima crisis infecciosa se usen de forma efectiva no solo los recursos extraordinarios de áreas alejadas de la sanidad, sino también los ordinarios de las áreas sanitarias más próximas.