Opinión
Por
  • LUIS ÁNGEL DÍAZ

COVID-19: Sí, estamos en guerra

Ahora que llevamos muchas semanas de confinamiento y lucha contra el coronavirus, es necesario aclarar algunos términos que se han ido utilizando públicamente, a veces con poco acierto y con un uso claramente politizado.

Nos encontramos en un escenario muy similar al de una guerra, por mucho que alguno no lo quiera denominar así. Los que nos dedicamos a la psicología y más concretamente los que hemos tratado a víctimas del terrorismo, a militares, policías o personal civil que han atendido catástrofes o conflictos bélicos, sabemos lo que es el estrés postraumático y cómo abordarlo terapéuticamente. Los estudios científicos serios (véanse el completo estudio de revisión realizado por Brookes et al en la revista Lancet en marzo de 2020, o el de Arango en la revista Biological Psychiatry de abril de 2020) muestran una larga lista de consecuencias psicológicas tras la crisis, el confinamiento y la cuarentena del SARS (síndrome respiratorio agudo grave) y el COVID-19. En el personal que atiende los servicios sanitarios se habla de sentimientos de miedo al contagio y miedo a la muerte, culpabilidad por no poder ayudar más o por sobrevivir ellos mismos y frustración y sensación de derrota ante un enemigo inabarcable que se alarga durante meses tras la cuarentena. En población civil se reflejan síntomas como depresión, ansiedad, estrés, angustia o estigma social... La OMS también advierte de que tras la crisis del COVID-19 se va a doblar la proporción mundial de casos con problemas psicológicos severos.

Muchos de estos síntomas son propios del Síndrome de Estrés Postraumático (PTSD en inglés), una enfermedad psicológica que comenzó a estudiarse en soldados en la I Guerra Mundial. Muchos militares que no estaban heridos físicamente mostraban un colapso psicológico tal que los incapacitaba para el combate causando una baja tan efectiva como la de sus propios compañeros fallecidos o heridos. El resto de grandes guerras del siglo XX fueron dando conocimiento mayor sobre esta enfermedad con denominaciones como "Shell Shock", "Soldier"s Heart", "Neurosis de guerra", o las más recientes como el "Síndrome de la Guerra del Golfo" o el actual PTSD. Es conocido el grado de alcoholismo, depresión, violencia o suicidios de veteranos de guerra norteamericanos ya en casa con sus familias tras participar en conflictos recientes como Iraq o Afganistán.

La vivencia continua de miedo al dolor, a la enfermedad y a la muerte de los soldados es similar a la situación de sanitarios y población civil, adultos y niños, que se enfrentan diariamente a las informaciones de defunciones, riesgos de contagio, restricciones o implicaciones económicas relacionadas con el COVID-19, de forma directa o indirecta. Los síntomas descritos anteriormente son casi idénticos en ambos grupos de población, civil y militar, y todos ellos pueden ser abarcados por el concepto estrés postraumático. Por tanto, puede decirse con rotundidad que en el aspecto psicológico nos enfrentamos a una guerra, a la que hacemos frente de manera individual, a veces incluso solitaria debido al aislamiento, sin el apoyo social que supone la familia y los seres queridos.

Es cierto que el coronavirus se combate en parte con el aislamiento social impuesto por las autoridades gubernamentales: los datos actuales afortunadamente muestran una disminución lenta pero progresiva de contagios y de muertes por coronavirus. Pero no es menos cierto que el confinamiento y la cuarentena son situaciones antinaturales, dolorosas y es sabido que pueden generar patologías psicológicas graves en muchas personas.

No tiene sentido negar este riesgo ni disimular su efecto en la población aunque sea para beneficiar la aceptación del confinamiento o para no generar alarma social. Los psicólogos sabemos de lo que se trata y, al igual que advertimos de su peligro, podemos asumirla profesionalmente, prevenirla y tratarla, si -llegado el caso- se produce daño en las personas. Por cierto, el PTSD afecta igualmente a mayores y niños, con pequeñas diferencias evolutivas en lo que respecta a la psique humana. Existe vida psicológica inteligente en un menor de edad, que además, tiene menos herramientas de afrontamiento ante el trauma o ¿acaso alguien duda que un niño de 8 años puede sentir miedos ante el sufrimiento propio o de familiares, ante la pérdida de libertad por no salir a la calle o angustia por la incertidumbre de lo que pasará mañana Cosa que no sufren los animales de compañía ni de lejos, por mucho que queramos humanizarlos.

En suma, nos encontramos en una segunda fase de una guerra larga contra el coronavirus donde la capacidad de resiliencia o recuperación psicológica va a ser dura: exige autodisciplina, constancia y actitud activa individual y grupal, pero a cambio nos ayudará a afrontar con esperanza el futuro y a recuperar progresivamente nuestro papel sobre nuestras vidas. Así, sí saldremos juntos.

LUIS ÁNGEL DÍAZ

Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra