Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Nuestra transformación hacia la cultura

Una corriente de incomprensión fluye hacia la cultura desde una parte de los estamentos oficiales y también, por qué no reconocerlo, de la ciudadanía. Quizás exista alguna porción de culpa de las propias expresiones creativas y sus estructuras, porque nunca las posiciones públicas están dotadas de la plenitud argumental de su parte. Y, sin embargo, en una sociedad madura jamás debiera escucharse el desdén respecto a las reivindicaciones del arte, por más que las necesidades aprieten. Concebirlo como un aspecto accesorio de la vida es renunciar a nuestra identidad individual y social, dimitir de nuestra responsabilidad en la preservación no sólo de la estética, ya de por sí nuclear en nuestro ser, sino sobre todo de la ética, de nuestros comportamientos morales inducidos por el conocimiento, la capacidad y el discernimiento. Enajenarnos de nuestro espíritu crítico, de nuestro talento reflexivo, de nuestra condición para identificar la belleza y la esencia.

Si la pandemia vírica induce a una epidemia de ignorancia o un contagio de la apatía respecto a la literatura, la pintura, el teatro, la danza o el cine, entre el global de las modalidades del universo cultural, entonces la patología social será prácticamente irrecuperable. No concebir estrictamente el rol de la cultura en nuestras vidas es desistir de nuestra integridad como personas, dotadas de ingenio y también de albedrío desde el que activar los mecanismos de la voluntad. Va mucho más allá de unas bellas rimas, una declamación impactante o un párrafo precioso. Como dice Pepe Mujica, no puede haber una humanidad mejor sin una gran transformación cultural entendida la cultura como la cotidianidad de los valores de las personas. El gran cambio, agrega, está en la cabeza. La podemos amueblar o desertizar.

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