Opinión
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  • Diario del Altoaragón

El debate sobre el futuro del dinero en efectivo

Una parte de Europa, fundamentalmente los países nórdicos, caminan hacia una realidad que hace apenas una década nos hubiera semejado de ciencia-ficción: la desaparición paulatina del dinero en efectivo. Una tendencia cada vez más extendida que ha llevado a una conclusión en muchos informes de que, a diez años vista, pagar al contado será ya historia porque los billetes y monedas habrían pasado a mejor vida. El grupo parlamentario socialista ha promovido una proposición no de ley para la eliminación gradual que desemboque en la supresión definitiva, identificando su existencia con la tentación del fraude fiscal.

Sin embargo, este paso tiene unas connotaciones de transformación social que van mucho más allá de la simplificación en las ventajas frente al blanqueo de capitales u otros tipos de delincuencia económica. Incluso de aspectos sanitarios y hasta ideológicos.

Sesudos expertos han apuntado que, frente a la oportunidad del final del efectivo para combatir la economía sumergida, para acabar con fraudes y tráficos ilícitos, para impulsar la innovación y para favorecer la seguridad de los establecimientos de concurrencia pública, existen también amenazas e inquietudes entre las que se encuentran un factor de brecha social del freno a capas vulnerables de nuestro entorno, la certeza de que el ahorro se verá penalizado en la práctica, la dependencia total de las tecnologías cuyos parones repercutirían en mayor o menor medida pero siempre en perjuicio de consumidores y empresas, y, finalmente, un aspecto muy severo: la pérdida de privacidad y de protección de los datos personales al quedar todos expuestos a la circulación de nuestros gustos, de nuestros hábitos y de peripecias vitales de cada individuo. Un rastro no deseado.