Opinión
Por
  • VICENTE FRANCO GIL

Dar de comer al hambriento

Un refrán popular dice que "barriga llena, corazón contento". Hoy, el aumento masivo del desempleo y el vuelco económico y social inducido por la covid-19, ha provocado que muchas personas tengan el ánimo turbado porque no tienen recursos ni siquiera para comer. A tal efecto la Iglesia católica, por medio de las parroquias que disponen de los medios adecuados, alimenta a través de sus comedores a quienes lo precisan sin considerar previamente condición alguna. Esto no es novedoso, ya que dar de comer al hambriento es una obra de misericordia que nace de la caridad (amar a Dios por amor al prójimo), superando la mera filantropía o la tópica solidaridad. La Iglesia realiza este cometido mediante una labor esforzada pero callada, sin brillo, con la colaboración de personas voluntarias y comprometidas que ven en la necesidad ajena el rostro de Cristo que pide pan. A pesar de que institucional, política y gubernamentalmente no se reconoce abiertamente el magnífico trabajo que la Iglesia católica lleva a cabo en este sentido, e incluso soportando la persecución y el hostigamiento, aquella siempre va a estar al lado de quienes por diversas circunstancias sufren escasez, penuria y hambre. Cuando unos ayudan a llevar las cargas de otros, la integridad humana se consuma y, todo ello, le es agradable al Creador.