Opinión
Por
  • ARLETTE ALEGRE BERNUÉS

Vacaciones de maestro

Ya ha llegado el fin de curso. Vuelta a la maledicencia. Libertad para la ironía tópica de meterse con quienes aspiran a ser envidiados... por sus vacaciones: "No, no, que no lo digo por nada... es que los maestros ¡qué bien vivís!" ¿De verdad? Vivimos como se ha establecido que lo hagamos. Cuando, por la praxis prolongada en los años, la estadística ha delimitado el índice de saturación de una mente, al tocar techo. Dos meses de verano por haber estado, el resto del año, intentando educar, orientar, empatizar, aconsejar, sentir, reír o llorar con todos y cada uno de los 23 alumnos, de media, de un aula. Con sus 23 idiosincrasias. Estupenda ratio para el siglo de las inclusiones sociales. La mayor parte de las veces, sin los cacareados apoyos. Haciendo de educadores, pero también de padres, de madres, de psicólogas, de consejeros, de intermediarias, de médicos y enfermeras de cuerpo y alma de lo más valioso de la sociedad: su futuro. Total, nada. "¡Si antes estábamos 30 y no había problema…!" Por favor: antes éramos sumisos. Padres y madres confiaban en el criterio de sus maestros. La escuela, sin tantas tecnologías, pero más cercana, también pedaleaba hacia adelante. Nadie a contrapelo. Ningún obstáculo. Todos a una, como Fuenteovejuna que, por cierto, ya nadie conoce. ¿Dónde está el problema Quizá en la incertidumbre, en el sacrificio. En viajar hacia horizontes aleatorios cada día. En pagar, además de transmitir. En sacrificarse (hay quien lo ha comprobado durante la pandemia). En tener vocación férrea. En no reblar ante ningún obstáculo. ¿Vacaciones Sí, sin duda. En pro de la salud mental de una sociedad exigente. De un mundo cuyas referencias pululan sin lugar fijo. De vientos de leyes caprichosas. De burocracia infinita. De rebatir argumentos. De desliar la madeja, cada día, hasta que el último filamento de la imaginación logre hacerla, prácticamente, invisible.