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  • Diario del Altoaragón

Escuchar a los ayuntamientos

Los ayuntamientos no han variado su estatus durante la pandemia. Siempre han respirado el mismo aire que sus contribuyentes, han conocido sus problemas, han padecido sus inquietudes y se han visto obligados a ejercer una magnífica ingeniería en la búsqueda de soluciones múltiples a casuísticas inabordables. Por la limitación de los recursos propios, como consecuencia de sus censos, y también porque las administraciones de ámbito superior no siempre se han mostrado generosas y ni siquiera justas, han adquirido una cultura de la gestión absolutamente pegada al terreno, sin alardes, con un rigor extraordinario en la inmensa mayoría de las ocasiones. De hecho, en algunos casos muy próximos se ha suscitado el debate sobre la conveniencia o no de la austeridad, con la mirada hacia algunos concejos manirrotos en los tiempos de la opulencia aparente, cuando las tentaciones faraónicas engordaban los egos más dilapidadores.

No resulta aceptable que los consistorios sean siempre los paganos de los dislates de gobiernos centrales o autonómicos. Que la regla de gasto siempre cargue sobre ellos, cuando son en la mayor parte de los casos ejemplares. Y, llegada esta coyuntura crítica, que no puedan utilizar en beneficio de sus ciudadanos los remanentes acumulados tanto por la imposición legal como por la virtud de la proporción que se expresa comúnmente como, si ingresas 5, gasta 4 para cualquier contingencia. La excepcionalidad nos ha arrollado y hay que retomar con escucha activa el diálogo con los ayuntamientos, una negociación leal entre iguales que buscan un bien superior para el interés de los ciudadanos. Los munícipes precisan de medios para responder ante la crisis, para atender a los vulnerables, para afrontar la emergencia sanitaria e impulsar su desarrollo. No hay alternativa.

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