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Joaquín Carbonell, un pilar del baluarte aragonés

El carácter aragonés es un baluarte robusto, nutrido de las aportaciones de una multitud de personas a lo largo de siglos de rica historia. Cada uno, en su condición, cometido y posición, consigue contribuir a la causa común de esta tierra comenzando por el mandamiento básico: siendo mejor en su individualidad para reforzar a la comunidad, no sólo en el desempeño profesional o vocacional, sino también en la aplicación de valores desde la coherencia personal que es el alimento del cuerpo social. Dentro de estas pautas generales, algunos ciudadanos resaltan por sus singularidades en el ámbito de su campo de actividad, que multiplican la identidad de un territorio y la cohesión de sus gentes. En esa virtud se afanó Joaquín Carbonell, al que el Aragón que hace un año le distinguió por su mérito cultural homenajea ahora en el momento de su partida buscando el gran tesoro que pulió: la palabra que, con la pulcritud y el virtuosismo del orfebre, convirtió en belleza, en fuerza, en autenticidad y en sensibilidad.

En nuestro diario, hoy Joaquín Pardinilla recalca la contribución del turolense a la cultura aragonesa: la introducción del humor como recurso irrenunciable. Y Olga Orús esgrime que una diferenciación de Carbonell es que, como nadie, supo conectar con la tierra para la que incansablemente laboró y creó. Por estos dos atributos, entre muchos otros, tomó la guitarra y se puso a cantar tras sesudas horas de composiciones, se colocó ante el ordenador y se metamorfoseó en literato, pisó las redacciones para extraer periodísticamente el alma de los entrevistados, hurgó en la realidad para denunciar injusticias y ensalzar bondades. Y, cuando recibió el premio, sentenció que, sin cultura, no hay sino miseria y retroceso. Porque es un pilar, como Joaquín, del robusto baluarte aragonés. Un ejemplo.

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