Opinión
Por
  • MARÍA JOSÉ FERRANDO LAFUENTE

Mi infancia huele a pan recién hecho

Cuando todavía en Huesca los niños podían salir solos a la calle y "campar" a sus anchas sin miedos, siendo muy pequeña, mi madre ponía unas monedas en mi mano, me entregaba una bolsa de tela,impoluta, y me enviaba a comprar el pan.

No era simplemente pan; era "el pan", un pan que sabía a madrugada, a vocación, a trabajo diario y a responsabilidad.

Saboreaba mi minúscula independencia de Valentín Carderera a Sancho Abarca, pasando por la plaza del Principal, un pedazo de Coso y parte de Lizana contemplando cómo "Naval", "Los Alemanes", "Calzados Virto" o "Frutas Estallo", o el zapatero "remendón", entre otros establecimientos, empezaban perezosamente a abrir sus persianas.

El Coso Alto se desperezaba con el sonido de las tazas de café del "Antoca" y el "Mi Bar" y, ya antes de alcanzar la esquina de Lizana con Sancho Abarca, me hipnotizaba el aroma a pan recién horneado y a tradición. Aceleraba mis pasos y, casi corriendo, llegaba a la puerta de Cuello. Descendía con cuidado los peldaños hasta que mi nariz topaba con la altura insalvable del mostrador de madera tallada y mis ojos con la sonrisa de Flora. Extendía mis brazos: en una mano, la bolsa; en la otra, las monedas. Un "catalán" y dos barras y, como "premio", Flora me regalaba un bollo o una magdalena, un beso y un "ten cuidado al cruzar".

El calor del horno y el aroma a pan son una parte entrañable de mis recuerdos y, también, de mi presente: hoy me unen a Hermanos Cuello lazos familiares y, más importante, un profundo respeto a quienes han optado por mantener un pan que sabe a hogar, cariño y a tradición frente a la producción industrial en la que desaparece esa esencia.

Hoy corren tiempos convulsos; sin embargo, los hermanos Cuello han demostrado su responsabilidad plantando cara a esta pandemia, superando el miedo al contagio, manteniendo sus puertas abiertas en los peores momentos y, más importante, cerrándolas ante el acecho de este maldito virus sin otro fin que el hacer las cosas "como Dios manda".

Es esa responsabilidad la que me llevará a doblar la esquina una vez más y a dejarme seducir por el aroma del pan recién hecho, por la sonrisa de los hijos de Flora y Antonio y, también, por su profundo respeto a quienes queremos seguir disfrutando de esos pedacitos de tradición que cada día hornean.