Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

En torre de marfil

En torre de marfil
En torre de marfil
EFE

No es la torre de marfil que cantó Salomón para ensalzar a María. No es la que la tradición cristiana atribuye a la pureza, noble y edificante, límpida, sin influencia negativa de los mundanales diabólicos.

Las de hoy están impregnadas de falta de elevación con la que abrazar la luz de la ilustración. Hay que ser muy simple y muy simplista para reducir la interpretación de los salvajes que se han dedicado a destrozar mobiliario urbano a una determinada tendencia o ideología. Por supuesto que en el vandalismo confluyeron okupas, antisistemas y ultraderechistas, además de la rapiña que pesca en la confusión para proveerse de tecnologías de última generación "by the face", entendido el rostro con el embadurnamiento del delito.

Esos brotes de energúmenos, que a la postre pueden ser muy inquietantes, son los cocodrilos que se acercan sigilosamente aprovechándose del naufragio de las certezas, y el aprovechamiento mezquino de sus miserias para hacer política refleja a quienes conciben este arte no como el de lo posible, sino como el de los ciegos que no tienen cabida en la Once. Los que tienen los ojos porque hay que adornar la cara.

No, a los reptiles hay que disuadirlos de sus intenciones sin la ingenuidad de atribuirles segundas lecturas, porque, como ya narró Esopo seis siglos antes de nacer Cristo, son el escorpión que en las entrañas de su condición alberga la necesidad de picar letalmente incluso a la rana salvífica. Hoy, tenemos que buscar escenarios de confianza porque la atmósfera que nos invade es la del miedo. Y, en el pánico, conviene desaguar el pantano farragoso para ver los peligros. Ahí está el desafío.