Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

Rehusar ataduras

Hay que liberarse de burocracia. La subvención siempre viene con ataduras. Esta expresión, que perfectamente puede pasar a los anales de las citas célebres, es de John Young, el jefe de Negocio de Pfizer, y fue pronunciada en julio ante la Cámara de Representantes de Estados Unidos. Frente a otras competidoras, la compañía norteamericana ha fundamentado su política de comunicación en la discreción. Mientras algunas hacían alardes de previsiones que se metamorfosearon en frustraciones planetarias, la creadora de la Viagra no levantó expectativa. Su discreción es parte de su éxito y tal virtud resulta menos sencilla cuando una horda de servidores públicos están aliviando sus impaciencias y sus populismos poniendo el aliento en la nuca del investigador. Como en cierta ocasión me dijo el gran científico Manolo Sarasa, que ha dejado la pelotita de la vacuna contra el alzhéimer, como se dice en términos futboleros, para empujarla, los tiempos de la ciencia no son los de los humanos, y mucho menos los de los presurosos plumillas.

La contundencia de Young es un toque de atención para quienes convierten las ayudas a la ciencia en una moneda de cambio en la que se busca banalmente engordar su ego y su prestigio sin más merecimiento que el manejo de los fondos ajenos. El espíritu es el que manifestaba nuestro sabio Ramón y Cajal tras sus enormes descubrimientos neurológicos y circulatorios en 1888: "Desde entonces el tajo de la ciencia contó con un obrero más". Ayer, el ministro Illa se aplicó a garantizar la compra del maná en forma de vacuna y, sorprendentemente, su colega del ramo, el Duque desaparecido, puso en duda sus bondades. Las ataduras de las incoherencias.