Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

Eminencia, inminencia

Eminencia, inminencia
Eminencia, inminencia
S.E.

La Prelatura ofrece a quien la ejerce la condición de Eminencia. En esto, don Salvador Giménez, obispo de Lérida, y don Ángel Pérez, su homónimo de Barbastro-Monzón, están igualados en origen. Etimológicamente, tal término implica la cualidad de sobresalir. Pero hoy en día, ¡ay, Dios mío!, la reputación y el puesto hay que ganárselos con méritos. Bueno, quizás salvo en la política actual proclive a la mediocracia. Por eso decía Baltasar Gracián que la costumbre disminuye la admiración y una mediana novedad suele vencer a la mayor eminencia envejecida. En román paladino, en este mundo -otra cuestión será la eternidad-, nada es para siempre.

Debiera reflexionar sobre esta realidad el jerarca leridano, al que la eminencia se le erosionó en cuanto le apretó la inminencia, que es la cualidad de amenazar para actuar con premura. Tal exigencia judicial a través de su epíteto con el sustantivo "vuelta" empequeñeció a don Salvador, que en su escrito de alegaciones un año después adujo falta de libertad por la obediencia debida a la Iglesia. O, lo que es lo mismo, una cierta debilidad de carácter superada con el tiempo por las vitaminas del nacionalismo catalán, capaces de vulnerar los principios más elementales de un Estado de Derecho... a cuyas instancias civiles se ha llegado precisamente por el desacato a la firmeza vaticana.

La Justicia hará ver que, mejor que un Salvador, son dos ángeles con eminencia, la mayúscula de don Ángel y la minúscula-mayúscula de Huguet, ambos resistentes como el junco al que los vientos no doblegan. La incongruencia no podrá con la dignidad, aunque, sobre el desenlace, imitaremos a Miguel Ángel tras acabar la Capilla Sixtina: Dios dirá.