Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

Desangrar la dignidad

Desangrar la dignidad
Desangrar la dignidad
S.E.

MMMM... FFF... MMM. FFF... Aspiro, espiro; aspiro, espiro... No es suficiente. Encontrar el equilibrio requiere tiempo, el tránsito del límbico al racional. Es dificilísimo. Muchos hemos vivido un "Patria" durante años. Compañeros que parecían mosquitas muertas y, repentinamente, expelían su odio hacia lo español, hacia la Guardia Civil, hacia los ejércitos, hacia los insumisos a su pensamiento único y sangriento. O sea, hacia mí. Decía Sófocles que para quien tiene miedo todo son ruidos. El pánico se nos apoderaba cuando una rueda de camión reventaba. Cuando se escuchaba la turbamulta batasuna iniciar su hostigamiento a la Policía. Cuando nos manifestábamos tras los funerales y desde el edificio de Egin nos fotografiaban, mientras las bestias nos lanzaban piedras.

Al miedo le acompañaba la rabia, que el instinto de supervivencia reconvertía en temor. Eso es el terror. El silencio en las calles, oxímoron puro, atronador en Villafranca de Ordicia, justo tras la muerte de Yoyes. Ejecutada por orden de Pakito. El que condenó a las víctimas del cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza, 11, que en toda España ascendieron a 20 porque ese 11 de diciembre hubo cuatro atentados. Conocíamos su nombre y apellidos de memoria, Francisco Mújica Garmendia. Era el horror. Ayer, macabra maniobra del destino, fue liberado el salvaje del mundo feliz de ETA (que no de Aldous Huxley). Y ayer, la dignidad de este país llamado España sufría un desgarrón sangriento. Siempre nos quedará el arco del triunfo de la derrota de ETA, pobre y denostada en escaños fulgurantes. No pasa nada, como escribió Stanislaw Lec, tenemos la conciencia tan limpia de no usarla.