Opinión
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  • Diario del Altoaragón

Un museo vivo, abierto y en movimiento

El Museo Diocesano de Barbastro-Monzón representa una obra de arte movida por la mano imaginaria de un compendio de virtuosos que han sido capaces de definir una identidad colectiva, una personalidad, con una característica que define a cualquier pieza que emprende un creador: el lienzo empieza a ser abordado pero sus caminos, como los del Señor, resultan inescrutables. No es un espacio carente de alma, sino dotado del carácter de generaciones y generaciones de altoaragoneses que han querido expresar, a través de su fe, el compromiso religioso y con el prójimo. Y esto significa que su hilo argumental arranca de tiempos pretéritos, transcurre por el presente en medio de la incertidumbre de un indeseado litigio entre territorios y marcará un punto y seguido definitivo cuando las sentencias civiles, como antes lo fueron los pronunciamientos vaticanos, sean ejecutadas para elevar la justicia al encuentro con la dignidad de un pueblo, el aragonés, ávido de exhibir entre su patrimonio el que con tanto esfuerzo cincelaron sus antepasados. Renunciar a él sería tanto como traicionar el deber ético de conservarlo y ensalzarlo.

En la configuración museística, viva, dinámica, la Diócesis de Barbastro no se conforma con ser un escenario acogedor, receptivo, sino que pretende llevar a las comarcas las piezas que durante siglos otorgaron sentido a sus catedrales, a sus parroquias, a sus ermitas, a sus templos. El Museo no es una construcción de salas estáticas, sino que debe ser un diálogo interactivo entre las piezas artísticas y los visitantes, porque esta confluencia de voluntades, incluso más allá de lo espiritual, ratificará las características de nuestras señas de identidad. Esas que amalgaman la voluntad de los pueblos y su concurrencia en una iglesia abierta y universal. Felicidades.