Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

Carvativir, la metáfora

Carvativir, la metáfora
Carvativir, la metáfora
EFE

Mariano Barbacid, uno de los más reputados bioquímicos del mundo, aseguraba recientemente en Zaragoza que Ramón y Cajal se echaría las manos a la cabeza si contemplara el actual estado de la ciencia en España. Don Santiago, precisamente, fue decisivo en la resolución de la epidemia de cólera a mitad del siglo XIX, cuando la situación de infraestructuras y de financiación era tan precaria como incomprensiblemente lo es en la actualidad, más de centuria y media después.

La actitud de los investigadores coetáneos de Ramón y Cajal obedecía a un apego general a los saberes. "Es una actitud, un saber del médico que trata de practicar y entender la medicina más allá de la condición humana de sus pacientes. Se trata de compenetrar la medicina con las humanidades médicas: historia, sociología, ética, estética, psicología, antropología, arte, aplicadas siempre al conocimiento del hombre enfermo o a la prevención de su salud".

Paradójicamente, en la coyuntura histórica en la que la ciencia es más imperativa y urgente que nunca, nos encontramos en unos niveles de desigualdad que constatan el desinterés por el conocimiento. Ana Pardo, la premiada por Astrazéneca, lo reflejaba en nuestro diario: una investigación como la de Boston es inconcebible en España. Hay gobiernos que consideran la cartera de Ciencia como las viejas asignaturas "maría" y la vacían de recursos y contenidos, sin percibir que el futuro no pasa por lo inmediato sino por proyectos con visión de largo plazo. La metáfora más chusca la ha protagonizado Nicolás Maduro y el Carvativir, el antídoto bolivariano contra la covid. La superchería elevada a categoría presidencial. Y tiene sus seguidores. Mundo cruel.