Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

La pasión de Jaime Ferrer

La pasión de Jaime Ferrer
La pasión de Jaime Ferrer
V.L.

Émile Zola escribió que prefería morir de pasión que de aburrimiento. Como se dice en el afectado uso del lenguaje hoy, donde el descuido verbal bebe con la hipérbole, la expresión del novelista francés reporta a Jaime Ferrer, compañero periodista por voluntad, que no por arraigo académico. Y esa determinación incorpora el mérito de hallar en la vocación el sentido del ser. Un colega, Giacomo Leopardi, refirió a su colega Pietro Giordani que "lo placentero me parece más útil que todas las cosas útiles". Y lo hizo en un siglo que, en su obra La Retama, definió como "soberbio y estúpido". La misma atmósfera que dos centurias después.

A Jaime, que tenía garantizado el confort en su puesto en Telefónica, le tiraba el fútbol. Y de jugador y entrenador decidió pasar de pieza a cazador a través de sus crónicas. No tenía otro condicionante que la honradez intelectual que describe lo que ve. Y nuestro amigo bañaba su insuficiencia visual con vislumbre nuclear, en el que el concepto resuelve cualquier pérdida de detalle. Y así décadas y décadas, con boli y bloc, con grabadora y criterio. Hasta que, bodas de oro con el periodismo, decidió dejar libre su plaza de aparcamiento en El Alcoraz.

Pueden estar muy orgullosos su viuda, Victoria, sus hijos Silvia, Raúl y Mario: no existe mayor felicidad que elegir las riendas de la vida. Jaime, presidente de periodistas, cronista, hortelano, motorista temerario y lúcido en la compleja asignatura de la amistad, se ha ido mirando un poco más allá que los demás, estirando sus últimos partidos vitales. Y me lo imagino con esa sonrisa ora franca, ora somarda, que los buenos tienen muchos registros, hablando de sus alpicoces y sus tomates. Y allá donde ha ido ya tiene asignado su huerto social. Descansa, Jaime, y otra vez al tajo.