Opinión
Por
  • JAVIER GARCÍA ANTÓN

Aprender de los gatos

Aprender de los gatos
Aprender de los gatos
EFE

Si te sientes mal, miras a los gatos y te sientes mejor, porque ellos saben que todo es tal como es. No hay que ponerse nerviosos por nada. Y lo saben. Son salvadores". Charles Bukowski defendía la bondad de acumular felinos en casa, como hacía Ernest Hemingway, que les atribuía la honestidad emocional que tanto cuesta alcanzar al homo sapiens. Con ellos, el ser humano pasa al estado "sentiens", y ya no merece ser definido como el animal más horrible de la creación como nos achaca Brigitte Bardot a los bípedos.

Tan estrecha es la relación que Aldous Huxley sentenciaba que lo mejor para escribir sobre las personas es tener en casa un gato. Ayer, Día Internacional en homenaje a Socks, el pequeño intruso callejero que adoptó Bill Clinton, acaricié si cabe con más cariño y respeto a Ron y Fede. Con ellos convivimos, no son nuestros. Es una diferencia de matiz trascendental para entender la relación con estos compañeros a los que los chinos atribuyen los símbolos del amor, la paz, la fortuna y la serenidad. Y con mucha razón.

Los gatos son pequeños maestros. Nos imparten lecciones de diversidad. Ron es pelirrojo, Fede negro y gris. Su carácter difiere, pero ambos son mimosos en su estilo y entienden que existen convenciones que les unen y que son invulnerables: el momento caza es silvestre y demanda cooperación, persecuciones y vértigo, hasta que, abiertas las bocas, exhibidos los dientes y afiladas las garras, saben que no conviene hacerse daño. Y aflojan. Un reconocimiento del respeto y de los límites que no pueden ser rebasados si queremos la convivencia. Una coexistencia en la que compartir el espacio sin invadir la intimidad ni olvidar cuidarnos. Metáforas ejemplarizantes.