Opinión
Por
  • Javier García Antón

Susurrar el discurso

EL CARDENAL Carlos Amigo platicaba ante un auditorio repleto, que se prolongaba por pantalla al primer piso en el Palacio de Villahermosa. Me impresionó. Combinaba la voz tonante con apenas un hilo de voz. En lo estruendoso depositaba los mensajes más simples. Los profundos, si acaso con un leve bisbiseo. Cuando esto acaecía, los asistentes se inclinaban instintivamente hacia delante, como si tuvieran que moverse para absorber expresiones más profundas, trascendentales. En El Peregrino, Paulo Coelho lanza el deseo de que todos fuéramos tan iluminados como para escuchar el silencio, pero “aún somos hombres y no sabemos todavía ni escuchar nuestro propio susurro”. Mariví Broto, consejera de Ciudadanía y Servicios Sociales, nos regala en cada intervención con su tono profesoral. No pronuncia, sino que susurra el discurso. Emite en otra longitud de onda que el conjunto de la política. Rehúsa lo estruendoso para conjuntar lo emocional y lo racional. Ayer le escuchaba en la firma del protocolo para la información sobre las migraciones, que incluyen todo rechazo de la xenofobia y el racismo, y más allá de las cuestiones de nuestro oficio que tan bien explicó nuestra presidenta Isabel Poncela, a mí se me inyectaron en la mente y el corazón algunas de sus consideraciones sobre su principal “clientela”, los residentes de la Tercera Edad. Y la demanda de ellos de compañía, la que pudiéramos propiciar periódicos, radios y televisiones, incluso más allá de la maravillosa donación de tabletas para verse con sus familias vehiculada por Alberto Ibor. En la mente, las palabras susurradas ingresan lentamente, suaves, hasta calar como la lluvia fina. Yo quiero muchas Marivís.
Un momento de la firma del c
Luis Correas (DGA)

EL CARDENAL Carlos Amigo platicaba ante un auditorio repleto, que se prolongaba por pantalla al primer piso en el Palacio de Villahermosa. Me impresionó. Combinaba la voz tonante con apenas un hilo de voz. En lo estruendoso depositaba los mensajes más simples. Los profundos, si acaso con un leve bisbiseo. Cuando esto acaecía, los asistentes se inclinaban instintivamente hacia delante, como si tuvieran que moverse para absorber expresiones más profundas, trascendentales.

En El Peregrino, Paulo Coelho lanza el deseo de que todos fuéramos tan iluminados como para escuchar el silencio, pero “aún somos hombres y no sabemos todavía ni escuchar nuestro propio susurro”.

Mariví Broto, consejera de Ciudadanía y Servicios Sociales, nos regala en cada intervención con su tono profesoral. No pronuncia, sino que susurra el discurso. Emite en otra longitud de onda que el conjunto de la política. Rehúsa lo estruendoso para conjuntar lo emocional y lo racional. Ayer le escuchaba en la firma del protocolo para la información sobre las migraciones, que incluyen todo rechazo de la xenofobia y el racismo, y más allá de las cuestiones de nuestro oficio que tan bien explicó nuestra presidenta Isabel Poncela, a mí se me inyectaron en la mente y el corazón algunas de sus consideraciones sobre su principal “clientela”, los residentes de la Tercera Edad. Y la demanda de ellos de compañía, la que pudiéramos propiciar periódicos, radios y televisiones, incluso más allá de la maravillosa donación de tabletas para verse con sus familias vehiculada por Alberto Ibor.

En la mente, las palabras susurradas ingresan lentamente, suaves, hasta calar como la lluvia fina. Yo quiero muchas Marivís.