Opinión
Por
  • Javier García Antón

Grito, yugo y yunque

El grito de Munch
El Grito de Munch
S.E.

RESPONDER en caliente a las excitaciones resulta profundamente inconveniente. Si hace una semana hubiera expresado mis pensamientos tras conocer que las listas de personas en desempleo han crecido un 45 % en un año (al día siguiente de conocer que las ventas de automóviles se habían desplomado un 32), habrían brotado espumarajos del teclado. Tiene la ventaja la ejecución de la teoría de los 10 segundos metafóricos (el tiempo relativo desde el que pasamos del reptiliano al emocional y al racional) de que ante uno se sucede la película de las reacciones... En este caso, es una de las viejas cartas de ajuste que permanecía pasiva durante horas por la falta de programación de la televisión pública, la única entonces. Esto es, paisanaje y cromatismo inertes, como si el pronunciamiento si acaso leve del instante efímero permitiera pasar página.

En el impacto, se me representó El Grito de Munch, con todo su simbolismo de la ansiedad y de la culpa. Es un icono de ambos estados de ánimo tras el choque. Con el rostro social colectivo de nuestra provincia y, sobre todo, de la capital desencajado, sólo hay dos veredas: permanecer en la enajenación de la realidad, encantados de conocernos y bajo el yugo de los perdedores romanos y de los bueyes, o tomar las herramientas del herrero para concebir un horizonte y moldearlo en el yunque. Para su eficacia, no basta la oficialidad inerme, y en tal categoría no sólo figuran las instituciones. Para reanimar a este cuerpo oscense desequilibrado, sin fortalezas y sin espíritu, es preciso debatir hasta quedar sin saliva, dar la palabra al ciudadano y consensuar. El dontancredismo mata. Ya lo dijo Ban Ki-moon: “La sociedad civil es el oxígeno de la democracia”. ¡Respiren, carajos, que hay carajal!