Opinión
Por
  • Javier García Antón

Inclusivo y excluyente

Irene Montero, ministra de Igualdad
Irene Montero, ministra de Igualdad
Agencia EFE

CRÉANME que procuro evadirme del arsenal de videos que invaden mi wasap. Tengo, eso sí, algunos buenos amigos que, en la labor de cribado, me aseguran que merece la pena, por lo ingenioso o por lo zafio. Me recomendaron fervientemente las imágenes de la ministra de Igualdad en ese mitin que hubiera acogido con risa desternillante de no ser porque pienso en su posición y en su sueldo... que pagamos usted y yo.

Considerar que eso de “niñas, niños, niñes” machaconamente repetido en todo término general es inclusivo directamente representa un insulto a la inteligencia. Cuando el marqués de Villena creó la Real Academia de la Lengua, esgrimió la loable causa de “fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza”. De ahí el lema de “limpia, fija y da esplendor”. Y expuso la virtud que había de inspirar todo su futuro: la eficacia.

Se removería en su tumba Juan Manuel Fernández Pacheco si hoy hubiera “escuchado-escuchada-escuchade” a una “hija-hijo-hije” de las generaciones postreras utilizar tamaña insensatez.

En el ensayo “La política y la lengua inglesa”, George Orwell anunciaba la “neolengua” que luego aparece en 1984, para alertar sobre el lenguaje “feo e impreciso” de los políticos de aquella mitad de los años cuarenta, porque si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento. Y, en un presagio que debiera hacernos temblar tanto como las tropelías del Gran Hermano, concluía que cuando la atmósfera general es mala, el lenguaje no sabe salir indemne.

Cuidado con sacralizar actitudes pretendidamente inclusivas porque en su peor manifestación no son exclusivas, sino excluyentes de la inteligencia y la ética.