Opinión
Por
  • Enrique Serbeto

Amenazas

Pablo Iglesias
Pablo Iglesias ayer en un acto de campaña
Agencia EFE

LOS MÁS grave, aun siendo gravísimo, no es que un imbécil indeseable, probablemente idiota, haya enviado una serie cartas anónimas amenazando con unas balas como archivo adjunto a distintas personalidades políticas del ámbito del actual Gobierno. Al fin y al cabo, asumo que ha sido un descerebrado que por definición es capaz de hacer cualquier barbaridad y por lo que a mí respecta confío plenamente en que la policía lo atrape lo antes posible para que se le pasen de golpe las ganas de hacer este tipo de cosas, en la cárcel preferentemente, tanto si era una broma como si estaba hablando en serio. Sin embargo, me parece del todo inaceptable que una personalidad pública que hasta hace unos días era vicepresidente con responsabilidades en áreas tan sensibles como el CNI, sacase esas balas a la luz en plena campaña electoral con la evidente intención de utilizar el tema en su beneficio. Eso, señor Iglesias Turrión, no se hace o no debería hacerlo alguien a quien le preocupa de verdad la tranquilidad social. Intentar valerse de este hecho lamentable para su provecho, para usarlo como munición electoral, hace muy difícil que se le identifique como víctima, por más gesticulaciones impostadas que añada.

Antes de que la Policía o la Justicia hayan aclarado lo sucedido, no es digno de una mentalidad racional y respetuosa con el derecho utilizar esas extrañas cartas para culpar sin pruebas a nadie y mucho menos a un partido político determinado o al conjunto de sus votantes. Si Iglesias no tuviera su reputación tan disminuida en el campo de la honradez respecto a lo que dice en comparación con lo que hace, si no hubiera arrastrado su responsabilidad en otros casos oscuros como el de la famosa tarjeta de memoria, tal vez le hubieran creído cuando sacó a la luz la carta con la amenaza. Pero como ha dilapidado obstinadamente toda su credibilidad, ahora no le puede extrañar que haya gente que –con la misma temeridad intelectual con la que él señala a Vox – se dedique a dar pábulo a su vez a las tesis que sostienen que se trata de un montaje urdido por él mismo.

Rocío Monasterio fue especialmente maleducada en el debate. Sin embargo, todo el coro de los que alertan escandalizados contra lo que imaginan que es una invasión de fascistas lo hacen con un desahogo que lo único que consigue es precisamente lo contrario, banalizar una ideología maligna que afortunadamente ya no existe más que en los libros de historia. Y haciéndolo entran en un campo muy delicado de la vida democrática que es el de recortar el canon de legitimidad. Personalmente, no tendría ningún inconveniente en apoyar que se excluyera totalmente del espacio político a las fuerzas que dicen expresamente que su objetivo es acabar con el sistema constitucional. Estaría muy bien cerrar las puertas de la normalidad política a los que declaran continuamente que no van a respetar las reglas y más aún a aquellos que se jactan de haberlo hecho y que insisten en que lo volverán a hacer. Pero los que abrazan con entusiasmo a los herederos de los asesinos de ETA o a los golpistas catalanes y –esto sí que es blanquear porque los mantienen como socios del Gobierno- creo que han perdido la autoridad para determinar a quién hay arrojar fuera de la comunidad política. A alguien que es capaz de estrechar sin inmutarse la mano que sostuvo la pistola con la que se disparó a Miguel Ángel Blanco ya le queda poca dignidad para señalar a nadie como enemigo de la sociedad.

En fin, por desgracia este episodio es un preludio de lo que me imagino que van a ser intentos de convertir lo que queda de la campaña electoral en Madrid en algo parecido a lo que fue la infame jornada de reflexión del 11-M, que en mi opinión marcó el inicio del proceso de deterioro del sistema constitucional. Entonces se produjo una quiebra brusca de la confianza de la sociedad en el Gobierno por la impresentable gestión de un hecho tan grave como aquel atentado a lo que siguió una ruidosa violación de las reglas electorales. En estos momentos, la presidenta de la comunidad de Madrid ni estaba en el esperpéntico debate de la Cadena SER ni tiene competencias en materia de policía ni siquiera en Correos. Pero el Gobierno de Sánchez sí. Y carga con un almacén donde se apilan escándalos y mentiras a cual más grave, (lo penúltimo, usar el BOE para atacar a la oposición y hacer que el Rey lo firme, me parece gravísimo) que va formando una montaña de arena que y aguanta palada tras palada hasta que llega ese último grano que desequilibra el todo. Me acuerdo ahora de Rubalcaba que a pesar de su papel en aquellas jornadas de 2004 (“¡merecemos un Gobierno que no nos mienta!”) ha pasado a la historia como un estadista mayúsculo, y un gigante político comparado con Pedro Sánchez. Y no digamos si se mide con esa extravagante figura que no le dejaba dormir y para quien espero que estas elecciones madrileñas acaben siendo uno de sus últimos coletazos.