Opinión
Por
  • Javier García Antón

Banalizar la amenaza

Debate electoral en Madrid
El debate electoral en Madrid ha sido bronco y tenso.
Agencia EFE

CORRÍAN otros tiempos. Segunda mitad de los ochenta. En nuestras mentes, pesaba el plomo terrorista. Un comunicante llamó al diario y aseguró que había sendos paquetes bomba en dos colegios. No era algo extraño. Tras los nervios y la pertinente llamada a la policía, se desveló que en uno de los dos había examen. El otro era por disimular. No fue la primera ni la última amenaza, e igual que sucedía con las pintadas, no les dábamos pábulo para evitar el efecto llamada.

La intimidación constituye una práctica deplorable. Acaba induciendo a una derivada de la banalización del mal, el término que acuñó Hannah Arendt tras el juicio al nazi Adolf Eichmann para explicar el relativismo moral al que conduce la repetición sistemática y acrítica del deber cumplido sin cuestionarse si, con la norma, se aplica estrictamente la virtud o la maldad.

Desproveer del valor a las amenazas tiene su riesgo y un doble cauce, cuando se sobreactúa o cuando se niega. En ambos casos, se corre el peligro de que se reproduzca el cuento de Pedro y el lobo y, cuando asomen las fauces del carnívoro, nos pillen desprovistos. En toda la sucesión de episodios lamentables en que se ha convertido la campaña electoral madrileña, algunos se han puesto en el espejo de sus incongruencias, otros han sido mezquinos y la mayoría frívolos. Todo tipo de amedrentamiento ha de ser condenado irremisiblemente, pero sobre todo en materia tan delicada como la que nos atañe no está de más confiar la reacción a quienes del asunto saben por su pericia y por su sufrimiento, que son los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. El ventajismo pone en desventaja a la sociedad.