Opinión
Por
  • Javier García Antón

¡Que se nos cae encima!

Long March 5B por China
Lanzamiento del Long March 5B por China
Agencia EFE

LOS QUE somos entre aerofóbicos y acrofóbicos (miedo a volar y a las alturas) buscamos buenas excusas, como aquel estudio que aseguraba que caracterizaban a las personas sensibles e inteligentes, y también la chanza genial de Gilbert Keith Chesterton al sentenciar que los ángeles pueden volar porque se toman a sí mismos a la ligera. Incluso nos preocupamos cuando nos colocan en las cercanías un aeropuerto (léase Huesca-Pirineos) por la fatalidad que representaría que, pese a nuestra prevención de montar en aeronave alguna, una de ellas se nos cayera encima. El colmo de los colmos. Somos de aferrarnos al destino horrible de Ícaro, constatación de que, si Dios no nos ha dotado de alas, por qué hemos de arrogarnos atributos de los pájaros.

Esa especie de humanoides que nos agarramos a las raíces estamos hoy inquietos por el descontrolado cohete chino, el Long March 5B, que llevó hasta el espacio el germen de una futura estación y luego se desplomó. Segunda amenaza global, ¡maldito sea Xi Jinping!, tras la pandemia. Este, y no otro, era el arte de la guerra de Sun Tzu.

A la incertidumbre por el desconocimiento de las localizaciones de los trozos precipitados, se une el mensaje de tranquilidad que nos ha lanzado el ministro de Ciencia, Pedro Duque, fiable como astronauta, poco científico como miníster, que augura que la mayoría de los restos se desintegrarán en su reentrada en la atmósfera. Duque, que no ha estado muy fino en sus escasas comparecencias coronavíricos, reconoce que se desconoce el destino de los pedazos, el material con el que fueron construidos y el volumen de los que caigan. Siguiendo la doctrina Simón, 2 o 3 y en una olita. Si tienen un búnquer a mano, hoy coman y cenen ahí. l