Opinión
Por
  • Javier García Antón

Esquela de venganza

esquela
La esquela en el rotativo de Lugo
S.E.

EL GÉNERO necrológico tiene su punto. Las esquelas se convierten en las piezas de referencia en los periódicos para los lectores que se acercan a edades provectas, igual que las radios de referencia de cada territorio cuyas ondas mecen el tránsito de la vida a la muerte, normalmente con las voces más graves y severas. La otra versión es el obituario en el que, a méritos reconocidos de personajes públicos, responde el profesional del periodismo con una hagiografía generosa y, la mayor de las veces, justa. Esta semana, una compañera dos décadas más joven que yo me dijo que le gustaría que escribiera su obituario, a lo que instintiva, ingenua e irreflexivamente respondí que encantado. Rectifiqué y, habida cuenta que lo natural es que yo sea loado o vituperado antes que ella en el día del tránsito final, la dejaría escrita.

En la dimensión de las esquelas, no es cierta la afirmación de Julio César de que nada es más fácil que censurar a los fallecidos. Las hay, en su ulterior designio, con enorme carga de profundidad hacia quienes les sobreviven. Estos días, en Lugo, la interfecta ponía primera persona a la suya: “Siguiendo mis principios y mi particular manera de decir las cosas, dispongo que: “Ya que hace mucho que mi familia no es de sangre, impongo mi última voluntad para que sólo se deje asistir a mi funeral, en el tanatorio, iglesia y cementerio a las personas que menciono a continuación”". La enumeración contempla nombres de pila exclusivamente, filiaciones completas con dos apellidos y otras con uno, y concluye con puntos suspensivos que se conciben por el texto que tienden a cero. “Al resto de gente que jamás se ocupó durante mi vida, les deseo que sigan tan lejos como estuvieron”. La venganza, fría, se escribe en negro.