Opinión
Por
  • Félix Rodríguez Prendes

Está cayendo la tarde

arcoiris
Arco Iris en Huesca.
Rafa Maza

Todas las generaciones, la nuestra también, han pasado por la casi certeza de que “esto se acaba”. En España muchas veces, pero también en la Historia de la Iglesia, se ha tenido la sensación de que está cayendo la tarde. En nuestro caso y tiempo, ahora, hay suficientes datos para pensarlo, si no tuviésemos una visión más allá de lo inmediato. Estamos en una crisis económica despiadada que unida a la crisis de valores, aumentada por la crisis sanitaria, está destruyendo familias que son el soporte de la civilización. Hay una crisis también a nivel europeo, es como si estuviésemos reproduciendo el final del Imperio Romano, y visto así, todo es cierto, parece de verdad que está oscureciendo, que la tarde está cayendo.

La globalización, la inmediatez de las noticias aún hace más evidente el oscurecimiento. Para leer los periódicos es necesario un ejercicio de humildad porque nos evidencian la dimensión de nuestra poquedad. Visto de tejas para abajo, el hombre no es nada, si acaso “el hombre es solo un lobo para el hombre”, que dijo Plauto en el año 250 a.C.. Somos la única especie empeñada en autodestruirnos

Pero para nosotros, los creyentes, los que seguimos a Jesús, es precisamente ahora cuando debe surgir espontáneamente de nuestro corazón la petición de los discípulos de Emaús: “Mane nobiscum quonian advesperascit” –quédate con nosotros que la tarde esta cayendo (Lc. 24,29)-, es una petición, una oración, a la que el Señor responde continuamente. Él se ha quedado con nosotros y está ahí ¡tan cercano!.

El domingo pasado celebramos el Corpus y, en condiciones de no pandemia, el Señor se habría paseado por nuestras calles engalanadas. Pero ¿Qué hemos salido a ver? Hace unos años di un serie de conferencias sobre los artículos del Credo niceno-constantinopolitano y en una de ellas, les decía que hay dos formas de ver y que en griego están claramente diferenciadas porque hay dos verbos que definen la acción de ver: Uno es “zeroao”, que podríamos traducir por ver lo de fuera, lo que se ve con los sentidos; pero los sentidos engañan. Cuando Jesús se paseaba físicamente por Tierra Santa, no era reconocido como el Hijo de Dios, no le “vieron” como Dios mismo. El domingo también muchos solo hubieran visto la bella estampa que componían los ocho sacerdotes que con el obispo, magníficamente revestidos, daban escolta a una custodia del siglo XVIII que iba bajo palio. Es el peligro de “ver” –zeroao- hacia fuera, se puede quedar solo en lo cultural, en lo plástico, si se quiere, en lo bello.

Pero hay otro verbo en griego, -orao- , que traduciríamos por ver lo de dentro, es la visión de la fe. La certeza de la fe es infinitamente superior a la certeza de los sentidos. Mediante la forma de ver –orao- “vemos” que Jesús está realmente con nosotros, que se quedó con nosotros, precisamente al caer la tarde. Pero estamos tan acostumbrados los creyentes a decirlo que no nos estremece “ver” que es Dios quien está a nuestro alcance. Es Dios quien nos sirve de alimento. Para cualquiera que lo “viera” por primera vez sería insoportable por lo grandioso. Cuando yo cada día digo “mane mecum” –quédate conmigo- no es que tema que Él se vaya, lo que le estoy pidiendo es que no permita que yo me aleje, ¡es tan fácil hacerlo!; le estoy pidiendo que me ayude a seguirle. Que aumente mi forma de ver “orao”. Que aumente mi fe y mi confianza en que, la cantidad de problemas que nos agobian, solo con Él tienen solución. Que solo Él puede parar la caída de la tarde.

Cuando Bartimeo, a la entrada de Jericó, le pide al Señor: ¡Ut videam! ¡Que vea! (Mc. 10,51), sin saberlo, es esto lo que está pidiendo. En este mes especialmente, pidamos al Corazón de Jesús que nos lo conceda, que veamos.