Opinión
Por
  • Edgar Abarca Lachén

Un merecido indulto estival

Edgar Abarca.
Edgar Abarca.
S.E.

El verano es sinónimo de buen rollo, de un indulto generalizado al autofustigamiento exagerado que nos imponemos durante el resto del año. Y con la pandemia mucho más. Hasta los presos del procés necesitan del calorcillo ibérico para volver a sonreír.

Nos esperan buenos tiempos gracias al maná europeo. Entre otras maravillas, llegarán cifras astronómicas de inversión a las infraestructuras. El vehículo eléctrico debe ser lo primero. También los subsidios al desempleo ayudarán lo suyo. Recordemos que de las 40 regiones de la eurozona con más paro muchas son nuestras. Más subvención y menos pencar.

Por no hablar de la deuda pública que supone el 117% del PIB o el déficit de las Administraciones Públicas, que no les hacen cortar el chorrete de asesores y altos cargos colocados a dedo, el mayor de la historia por cierto. Algunos de ellos sin graduado escolar. Eso dicen.

Pero es lo que tienen los números, que no se pueden ocultar. Uno de esos índices raros que los economistas llaman IAC elaborado mensualmente por la OCDE no hace de España precisamente un lugar demasiado atractivo para invertir. No nos cuentan con tanto detalle que los 140.000 kilos van a tener algunas consecuencias, entre otras el inevitable hachazo que aumentará en más de 7 puntos la presión fiscal. Ya sabemos quiénes pagarán el pato. Una vez más.

Lo peor que le puede pasar a un político es la desafección con la clase media, uno de los pilares fundamentales de cualquier sociedad moderna y que desde la Segunda Guerra Mundial convirtió a Europa en una de las zonas del mundo con mayores niveles de vida. Es la puerta de entrada a los extremismos.

Indultémonos por un rato. Al fin podemos quitarnos la mascarilla por la calle, volver a hacer pública nuestra sonrisa y disfrutar del verano, que nos lo hemos merecido. Nos dicen que no relajemos nuestra sensación de seguridad pero tampoco nos dejan comprar un test de antígenos como quien compra uno de embarazo. Cosas de los expertos.

En la terraza del chiringuito el menú Pfizer suele ser el plato estrella. Moderna y Janssen si no hay más remedio. Astra sólo para los veganos. O para los sanitarios documentados. Con más de medio país vacunado, ya nos podemos permitir discutir con cañita en mano de la liberación de patentes, que eso mola, pese al riesgo de la desincentivación de la investigación (privada) que nos ha sacado adelante.

Algo de todo esto tiene que ver con la formación y la mediocridad como parte ya asumida. Un poquito de endogamia para picar por favor. Más del 70% de los profesores ha estudiado y hecho la tesis en la misma universidad. Y de postre un provincianismo que ha llevado las universidades a los estudiantes y no al revés. Aunque me temo que la rutina en las aulas no te enseña precisamente a hacer frente al malísimo de Amazon o gestionar una pandemia. O las que estén por venir.

La LOMLOE es la culminación de un proyecto muy rentable para los gobernantes. Ya lo dice Gregorio Luri: dar el título con suspensos infantiliza y aborrega a los alumnos. Ante todo no pensar. Mejor memorizar para luego vomitar. No hablemos de PISA, que ya aburre. Aunque hay que seguir advirtiendo, y la pandemia no deja de recordarlo, que la brecha social entre los que tienen alta y baja formación se puede hacer abismal.

Fernández Liria lo define perfectamente: a la escuela se le pide que solucione todos aquellos problemas que la sociedad no ha sido capaz de afrontar. No corrijamos al alumno, podríamos dañar su autoestima. Aunque bien pensado, una sólida formación determinaría la capacidad de plantearnos, entre otras cosas, cuestiones molestas como el origen del virus que estamos combatiendo así como su ganancia de función. Demasiada conspiranoia.

Y mientras nos lo pensamos, en la sala de espera de la ayudica, Estados Unidos nos coge una ventaja insalvable en ciencia y tecnología. La colla de amiguetes que gobiernan Europa ha hecho cagar culebrones en la gestión de la pandemia y muy especialmente en la compra de las vacunas (de la fabricación ya ni hablamos) y su administración extraterrestemente lenta.

Y no es porque no nos falten innovadores. España está repleta de ellos, aunque tienen una pega: se marchan al extranjero. No podría ser de otro modo cuando aquí se gasta en torno al 1.25% del PIB, la mitad de la media de la OCDE. Con Corea del Sur, Singapur y Suiza a la cabeza. Invito a los lectores a que conozcan la gestión de la pandemia en estos tres países. Y es que las casualidades no existen.

¿Qué podíamos esperar de un país que sepulta a sus inventores por sus ideas políticas?. Que se lo digan a Juan de la Cierva, padre del autogiro y de los actuales drones. O a Gregorio Marañón y a Santiago Ramón y Cajal, que dejarán de nombrar los Premios Nacionales de Investigación. Siempre el tocino y la velocidad.

Menos mal que nuestro mejor sistema sanitario del mundo nos salvará una vez más. Con una atención primaria en paliativos, conviene recordar antes de la caña que en España hay 0.76 médicos por cada mil habitantes, menos que Rumanía, Croacia o Estonia. Los pobretones de Portugal nos triplican.

Este cenizo ya les deja en paz. Vayámonos a la playa. Nos lo merecemos. Ah, sólo un último recordatorio: la relajación en la segunda ola del pasado verano se llevó a mucha gente por delante.

En estos momentos la juventud sigue sin vacunar, tenemos una variante delta del virus pululando, continuamos sometidos al caos autonómico que el Ministerio de Sanidad transferido no va a solucionar y con datos de los CDC en Estados Unidos que confirman que las muertes y hospitalizaciones por COVID se han triplicado en el último mes entre las personas totalmente vacunadas en Estados Unidos. A por un merecido indulto estival.

Farmacéutico. Profesor e investigador