Opinión
Por
  • Enrique Serbeto

La autodeterminación de Sánchez

Sáchez este miércoles en rueda de prensa en Madrid.
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno
EFE

El presidente del Gobierno ha llegado en mi opinión a un callejón sin salida. Ya no le cree nadie. De tanto decir mentiras se le queda corto hasta el cuento del pastor mentiroso, que les recuerdo que también se llamaba Pedro. Es extraño que no se lo contasen en la escuela ni a él ni a ese hechicero de la comunicación política que dice que le asesora. Les habría sido de mucho provecho para haber evitado esta situación de la que nada bueno cabe esperar. Me pareció muy indecoroso el desprecio con aires de chantajista mafioso con el que los representantes del independentismo en el Congreso le respondieron el miércoles cuando él dijo que no habrá jamás un referéndum de autodeterminación y he sentido una gran tristeza viendo que el presidente del Gobierno de mi país carece de credibilidad para defenderse ante una ofensa así. Bastó que le mencionasen sus propias palabras cuando juraba en todas las lenguas posibles que no habría indultos, para que le restrieguen por la cara las promesas que hace ahora. Me daría risa si esto fuera un chiste, pero no lo es: se trata de que la principal institución de mi está encabezada por un ventajista mentiroso al que ya le han cogido la medida los que se disponen a exprimirle con sus coacciones escandalosas. No es un chiste ni España es una república bananera, aunque si intento recordar haber visto una situación política tan ridícula y peliaguda como esta solo me salen repúblicas bananeras.

En un artículo anterior había dicho que creo que después de la ignominia de los indultos nos seguirán aplicando el remedio de la gota malaya para hacernos tragar el referéndum. Si les digo que sigo pensando lo mismo no es solo porque yo tampoco me atrevo a creer una sola palabra de lo que diga Sánchez, sino porque ayer mismo varios miembros de su Gobierno ya empezaron a marear la perdiz diciendo que tal vez sea solo consultivo (Carmen Calvo) o que sería una consulta general sobre las reglas del Estado Autonómico (Iceta), que es exactamente a lo que me refiero: pequeñas dosis de ese arsénico acomodaticio y la gente poco a poco se rinde y acepta lo que ya cree inevitable. Sobre todo cuando dicen que todo se hace en aras de la concordia y la reconciliación, que es algo que parece muy bonito a simple vista pero que en este caso es la receta directa para la catástrofe porque significa intentar complacer a los malos a costa de ignorar el criterio de los que sí cumplimos la ley y respetamos la Constitución.

En realidad, la prueba del nueve de esta nueva mentira es que puesto que el independentismo insiste en que la idea del referéndum de autodeterminación no se les ha ido de la cabeza (que ellos sí la tienen dura) aquí tendría que acabar la legislatura en cuanto Sánchez dijo que no habrá tal referéndum. Si no ha sido así no es sólo porque no le creen sino porque saben que con el tiempo (“denos tiempo” le dijo el sulfuroso Rufián) no tardarán en ponerlo de rodillas y que el presidente volverá a ceder. Los independentistas suelen mentir poco y mal y ni siquiera disimulan cuando se afilan los colmillos.

De lo que deduzco que la única razón por la que dijo que no habrá referéndum de autodeterminación es porque ya le han informado del devastador efecto de los indultos en la opinión pública, incluidos los votantes socialistas, e intenta calmar un poco el ambiente. Le queda lo del Tribunal de Cuentas, que es algo que me parece vomitivo no solo por el ataque a la institución sino porque coincide con las semanas en las que los ciudadanos de a pie tenemos que pagar a Hacienda, y el arreglo para permitir que vuelva a España Carles Puigdemont, que será aún más humillante y entonces tal vez piense que lo del referéndum ya no será tan amargo. Le debe parecer que si pones un límite muy solemne al campo de juego, valen todas las trampas que hagas antes de rebasarlo. Cojan un pequeño trozo de papel y escriban en un lado “lo que se dice al otro lado es verdad” y en el reverso pongan “lo que se dice al otro lado es mentira” y podrán estar horas dando vueltas al papelito sin llegar a ninguna conclusión. Ese es el esquema con el que Sánchez intenta confundirnos.

Claro que a mí también me gustaría creer la promesa del presidente de que jamás aceptará ese referéndum. Ese es el reflejo más cómodo para una persona de buena fe, es decir, para cualquiera dispuesto a creer en la palabra del principal responsable de su comunidad y en la buena voluntad de todos. Pero en mi caso se juntan el hambre y las ganas de comer: ni puedo creer ya nada de lo que diga Sánchez ni veo ningún atisbo buena fe en los independentistas.