Opinión
Por
  • Javier García Antón

Obispo Satué

José Antonio Satué Huerto
José Antonio Satué Huerto
S. E.

LO ADMITO. Era una dignidad que anhelaba pronunciar desde hace años: obispo Satué. De cuando en cuando, explicaba a algunos amigos sacerdotes esa aspiración mía. No era una ambición, ni un capricho. Simplemente una convicción que brotaba de la razón y del corazón. Conozco a José Antonio, perdón, a monseñor Satué, desde que empezó a pastorearnos a los feligreses de la parroquia de San Lorenzo. Desde que recibió algún que otro reproche por su ímpetu juvenil en la dignificación máxima de los oficios religiosos frente a algunos excesos del populismo desbordado. Es probable, incluso, que algunos se reprimieran a la hora de manifestarle su visión, porque aquel mozalbete alto con hábitos imponía el respeto de su severidad en el gesto compatible con la ternura de su mirada ante los desamparados.

Tenía ganas de que, tras tantos años de formación, él que tanto sabía ya, pudiéramos calificarlo como un buen obispo. Como un pastor que cumple con el requisito dual que exige el papa Francisco: la cercanía a Dios y la motivación para que salga la sabiduría del pueblo de Dios. Paciencia, trabajo y hacer hablar a las personas.

Ayer, cuando se conoció su elevación a prelado de Teruel y Albarracín, envié inmediatamente un wasap a mi amigo Chema López Juderías, director del Diario de Teruel: ¡pedazo de obispo os llega! Me hubiera apetecido que hubiera estrenado la jerarquía diocesana en Huesca, pero, al final, Dios dispone. Y, de momento, más allá de felicitarle, me quedo con el recuerdo de aquella maravillosa tertulia con Nacho después de haber hecho aforo 0 en la conferencia programada a 3. Y sus lecciones sencillas pero fuertes. Y el consuelo en sus mensajes de FB en las lágrimas pandémicas. La fe se acrecienta y, si cabe, Teruel existe... más.