Acabar con la gaseosa experimental
La expresión atribuida a Eugenio D’Ors ha tenido suficientes émulos a lo largo de las últimas décadas y ya es de uso común. En la profesión periodística, se conoce tal afirmación de boca de don Jesús de Polanco por un frustrado proceso de implantación tecnológica en su periódico. Y recurrentemente se utiliza, quizás menos en todos los episodios de la pandemia a pesar de que, efectivamente, no son pocos los casos en los que se ha derramado champán (recursos copiosos) cuando se podría haber derrochado apenas gaseosa. Si tenemos en cuenta que la salud y el tiempo son verdaderos tesoros de estos tiempos, podríamos convenir que ha llegado el momento de tentarse más la ropa antes de adoptar decisiones que afectan al común de los ciudadanos. Las autoridades sanitarias, en España, se han pronunciado en ocasiones con tanta prodigalidad como ligereza, y las consecuencias han resultado aterradoras. No se pueden emitir mensajes confusos porque, si el destinatario está deseoso de derribar los límites a la movilidad, los comportamientos tienen unos efectos negativos.
Este viernes entramos, con la briosa irrupción de esos doscientos contagios largos, en una nueva etapa en la que la incertidumbre del toque de queda en las ciudades más afectadas va acompañada de algunas medidas que parecen incluso más razonables, como la extensión del horario de la hostelería hasta las 0:30 horas. Sobre este sector, hay que cambiar del estigma a la colaboración, porque es la manera de cambiar la percepción y de corresponsabilizarnos todos. Ya que la cogobernanza ha dado resultados más que discutibles, quizás una política de comunicación eficiente habría de incidir en el concepto de la corresponsabilidad. Tratar a todos como adultos es una buena fórmula para evitar la gaseosa experimental.
