Opinión
Por
  • Rafael Torres

Lágrimas y millones

Messi en su despedida del club.
Messi en su despedida del club.
EFE

Nadie duda de que las lágrimas de Messi en su despedida del Barça se correspondieran con un sentimiento verdadero, pero cabe la posibilidad de que habría podido ahorrárselas si ese sentimiento verdadero lo hubiera sido un poquito más, es decir, más verdadero. Si su sentimiento de afección al club que lo crió hubiera sido lo suficientemente verdadero como para elevarse sobre el albañal dinerario en el que hoza el fútbol de élite, algo más podía haber hecho el ciudadano Lionel Messi para ahorrarse las lágrimas de despedida.

Por ejemplo: devolver al club, de entrada, los 78 millones de euros que le pagó en los últimos cuatro años por su fidelidad, ingresados en su estratosférica cuenta con el concepto de “Loyalty bonus”. Dicha cantidad, que al parecer ha resultado insuficiente para comprar lo que se quería, es, sin embargo, solo una parte de los 555 y pico millones que el Barça pagó al jugador en ese espacio de tiempo, desgajados en un sinfín de diversas y extravagantes variables.

Muchas variables ha venido cobrando Messi, tantas que, al final, se produjo lo que se tenía que producir, una transferencia del capital del club al futbolista, quedando aquél arruinado y éste absolutamente enriquecido. Así las cosas, si ese sentimiento resuelto en lágrimas de su despedida hubiera sido todo lo verdadero que tenía que ser, el astro argentino no se lo hubiera pensado dos veces y, conmovido por el momento crítico que vive el equipo de sus amores, se habría ofrecido, en compensación de los muchos dones recibidos, a jugar gratis en el Barcelona hasta el ocaso definitivo y ya no muy lejano de su carrera.

El plan que el club y el jugador habían urdido para burlar las normas del límite salarial y del “fair play” financiero, según el cual el club en bancarrota le seguiría pagando cifras astronómicas pero troceadas para disimular, no podía llegar a buen puerto, sino al naufragio al que ha llegado. La justificación de Messi para su abandono de la nave rota, pretendidamente compatible con sus lágrimas, de que había renunciado al 50% de sus salvajes emolumentos para seguir siendo fiel, deja un penetrante tufo de mezquindad si se repara en que en vez de cobrar 140 millones por temporada, se conformaba con 70, más de diez mil millones de pesetas, no sé si complementados con toda suerte de variables enmascaradas en la letra pequeña.

Las lágrimas de las personas tienen un valor, pero en este caso más bien un precio. Pese a ello, quienes elevaron al fino pelotero a la categoría de dios, persisten y persistirán en culpar de su clamorosa defección al diablo, encarnado para ocasión en Laporta y en Tebas el muy malandrín.