Opinión
Por
  • Rafael Torres

¿Cómo sacarlos de allí?

España ya ha enviado un tercer avión para las evacuaciones.
España ya ha enviado un tercer avión para las evacuaciones.
EFE

El hecho de que el protagonismo de España en la fracasada y baldía ocupación de Afganistán fuera secundario, menor que el de otros países de la coalición internacional, no justifica el lento, pobre e impreciso dispositivo desplegado hasta ahora para sacar de allí, de Kabul cuando menos, a cuantos afganos trabajaron para nosotros y que, por ello, hoy figuran en la lista negra de los talibanes ávidos de venganza. 

Cuando numerosos países (Italia, Alemania, EEUU, Polonia, República Checa...) han repatriado ya a sus nacionales y a buena parte de sus amenazados colaboradores locales, a la hora de escribir esta columna los aviones españoles de rescate hacen cola para llevar a efecto su propósito y, lo que es peor, se ignora cómo van a poder llevarlo a cabo.

 La representación diplomática se halla en el aeropuerto de Kabul desde hace días con sus escoltas y media docena de particulares, pero, ¿y los demás? ¿Y los 500 o 600 afganos que el gobierno español se ha comprometido a salvar de las represalias talibanes? Están escondidos y esparcidos por la ciudad con sus familias, temiendo que de un momento a otro se termine el teatro de buenismo que interpretan los talibanes como prólogo a la tragedia que sin duda van a desencadenar, pero, ¿cómo sacarlos de allí? ¿Qué corredores seguros hasta el aeropuerto se han habilitado para la huida? ¿Cómo van a sortear nuestros amigos la presencia armada e intimidatoria en las calles de la sanguinaria gentuza que brutaliza a la población y sepulta en vida a las mujeres? ¿Quién va escoltar a esas familias hasta el aeropuerto si, salvo un limitado perímetro en torno a éste, toda la ciudad está en manos de los criminales? ¿Y cómo confiar en la palabra de éstos de no acometer a la gente que huye?

Un par de tuits, los que ha empleado el vacacional presidente Sánchez para verter unas cuantas simplezas en relación al drama, no solo son muy poca cosa, sino que constituyen una declaración de desidia e impotencia. 

Merkel, Macron y otros mandatarios se apresuraron a comparecer en vivo, no en tuit, ante sus ciudadanos, siquiera para hacer una apresurada lectura autocrítica, moral, del hundimiento, y para darles pistas sobre la posición de sus naciones respecto a cuestiones como el socorro a la población civil afgana, la amenaza de un nuevo santuario terrorista amparado por el talibán, o la oleada de refugiados que se avecina. Los tuits, en las actuales circunstancias, sonrojan. 

Cuando se digne a comparecer en persona, Sánchez deberá explicarnos, al menos, cómo se piensa sacarlos de allí.