Opinión
Por
  • Enrique Serbeto

La amnistía

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.
Emilio Naranjo / EFE

El periodo constituyente lo viví en Barcelona mientras estudiaba (es un decir) en la Universidad Autónoma y recuerdo perfectamente que el lema más poderoso en cualquier manifestación era: “libertad, amnistía y estatuto de autonomía”. La amnistía fue una demanda sobre todo de la izquierda y de los nacionalistas y tenía como objetivo sacar de la cárcel o del exilio a miles de demócratas que estaban enredados en los rescoldos judiciales de la dictadura. Tiene guasa que más de cuarenta años después, un grupo de indocumentados con cargo público y que se dicen de izquierdas quieran destruir todo esto en nombre de lo que llaman “memoria democrática” sin haberse tomado la molestia de haberse informado o de preguntar a sus padres o abuelos que fueron testigos de ello. Ya sé que esto no es más que un espantajo para distraer la atención sobre la catástrofe económica a la que nos está conduciendo este gobierno, que parece ser el único que no advierte las señales de alarma en los indicadores económicos, solo que en vez de sacar el ataúd de Franco ahora se ponen a jugar con uno de los acontecimientos más brillantes y prodigiosos que hemos vivido y cuyo éxito se basó precisamente en la generosidad de todos para dejar el pasado en manos de los historiadores.

Sí, la amnistía creó injusticias. Por ejemplo que junto a los heroicos dirigentes sindicales que habían sido injustamente encarcelados por sus ideas también se beneficiaron terroristas de ETA, fanáticos totalitarios con las manos manchadas de sangre y que gracias a ello volvieron a las armas y asesinaron a más inocentes. En cuanto a su aplicación en el caso de los dirigentes de la dictadura recién extinguida, mal que nos pese el franquismo duró casi cuarenta años y lo que hicieron los que entonces eran funcionarios del Estado estaba lógicamente amparado por la legalidad vigente, por lo que hubiera sido inútil -y lo será ahora- aplicar cualquier disposición con efectos retroactivos. La amnistía fue un “borrón y cuenta nueva” que permitía empezar la nueva etapa de nuestra historia sin rémoras y sin lastres inútiles de modo que cada cual podía pensar lo que le diera la gana del pasado, incluso cuando aún estaban vivos los que lo habían conocido en persona. No imaginé nunca que alguien se atrevería a revisar esto a punta de BOE. Para darse cuenta de hasta qué punto fue prodigiosa nuestra transición bastaría con un pequeño ejercicio de historia comparada con nuestros vecinos portugueses, que se dieron el lujo de sacudirse la dictadura de forma traumática cuando en España todavía vivía Franco, y que a cambio vivieron en una inestabilidad constante prácticamente hasta nuestro ingreso conjunto en la Unión Europea en 1985. La revolución portuguesa de 1974 fue, en efecto, un caso de “ruptura” por usar el término que reivindican los que tienen alergia a nuestra Transición, un acontecimiento muy vistoso a la hora de escenificar la caída de la dictadura de Salazar, pero a cambio el camino hasta una democracia estable y productiva a los portugueses les llevó bastante más de una década de turbulencias con todos los efectos negativos que eso conlleva. Mientras la Transición española se consideraba materia de estudio en las universidades de medio mundo, nuestros vecinos se enredaban en debates sobre la revolución pendiente y horrorizaban a sus socios con el papel que habían reservado al partido Comunista. Su diferencia de renta con España no es casualidad.

Claro que también podría ser que cuando uno es partidario de perseguir y castigar a dictadores seguramente no puede evitar estar siempre en este apostolado. Aunque a mí me resulta muy extraño que estos mismos que están empeñados en hacer justicia con algunos fantasmas de un pasado que hace tiempo que dejó de existir, no son capaces de juzgar con la misma severidad, por ejemplo, lo que está haciendo ahora mismo la dictadura castrista en Cuba con esa pobre gente a la que no le dejan siquiera quejarse por el hambre que están obligados a pasar. Si quieren perseguir a tiranos de verdad, tienen un catálogo extenso en Venezuela o Nicaragua, por no hablar más que de los que tenemos más cercanos y que están vivitos y coleando. No hace falta que organicen una querella criminal si eso es complicado. Bastaría con un tweet o dos describiendo con objetividad lo que está pasando en esas dictaduras para ver hasta dónde llega de verdad su respeto por la democracia y los derechos humanos ante una dictadura real. Y si quieren discutir sobre amnistías, pueden inspirarse en el indulto que les ha concedido este gobierno a los responsables del golpe contra la Constitución en Cataluña, desautorizando a la Justicia de un país democrático.

En fin, no nos dejemos engañar por los trampantojos. Debajo de todo esto no hay más que malas noticias: la situación económica no mejora como debería y el Gobierno está haciendo todo lo que puede para empeorar las cosas. El otro día el comisario europeo de Economía recordó que esta es “una oportunidad que no se da más que una vez cada generación” y que había que aprovecharla. Y nosotros discutiendo sobre lo que pasó hace 40 años.