Opinión
Por
  • Enrique Serbeto

El Día de la Constitución

La princesa Leonor
La princesa Leonor
Efe

 

El día de la Constitución debería haber sido proclamado como la mayor celebración nacional, trasladada a un día de primavera cuando empieza el buen tiempo y así la gente podría disfrutar de una gran fiesta que todos los ayuntamientos deberían organizar obligatoriamente, incluyendo los que ahora no quieren ni poner la bandera española en el balcón. Siempre he pensado que el gran apego que tienen los holandeses a la monarquía tiene que ver con la juerga que se corren cada año el día del cumpleaños del Rey, que por supuesto no coincide con el cumpleaños del Rey, sino con la época de sol, poca ropa y mucha cerveza. Esa es la única cosa parecida a una reforma que yo propondría y que creo que lograría que los jóvenes pensaran en la Constitución como algo bueno y divertido, en vez de lo que creen ahora que es, una batallita de los abuelos que no va con ellos.

Pedir la reforma de la Constitución es un error, primero porque nadie ha propuesto una formulación alternativa que pueda garantizar un mejor resultado que el que hemos disfrutado estos 43 años, los más brillantes de nuestra historia, y segundo porque la mayoría de los que quieren cambiarla no lo dicen desde la lealtad o las buenas intenciones, sino que lo que quieren es acabar con ella y con las libertades que encarna. He llegado a la conclusión que ni siquiera el artículo sobre la sucesión en la Corona merecería ser cambiado. En mi opinión, lo de ser Rey no es un derecho, por lo que no se puede deducir en ningún caso que haya una discriminación por razones de sexo a la hora de reclamar la posibilidad de ejercer como Jefe del Estado. Con las reglas actuales una mujer puede ser reina también, como demuestra claramente el hecho de que la próxima persona que ocupará el Trono es la princesa Leonor. Sí es cierto que la expresión “con preferencia del varón” puede interpretarse como relegación genérica hacia las mujeres (no hacia todas las mujeres en general, sino solo las de la familia real, que por serlo gozan de algún privilegio, aunque en ningún caso de los mismos derechos que un ciudadano normal) aunque también se podría decir lo mismo por el hecho de que sea elegido siempre el primogénito, lo que también sería una discriminación por razones de edad, y eso no le choca a nadie. De lo que se trata es que haya reglas en la sucesión y que estas reglas sean automáticas, para que la persona que representa a toda la Nación sea alguien que no dependa de las veleidades políticas. Y en todo caso este asunto no tendrá la mayor importancia práctica hasta por lo menos dentro de quince años, que es cuando la princesa Leonor estará en edad de procrear. Y mientras, me sigo maliciando que aquellos que insisten en abrir el candado en este asunto menor lo hacen porque lo que de verdad quieren es meter una palanca para atacar los fundamentos del sistema político. El riesgo es demasiado grande y el viaje no merece esas alforjas.

De modo que les aconsejo que no hagan mucho caso a los que dicen que no pueden vivir sin cambiar la Constitución, porque la mayor parte de las veces ahí hay gato encerrado. Por ejemplo, esa obsesión de Vox contra las comunidades autónomas tampoco merece destripar los fundamentos de nuestra convivencia. Bastaría con una ley electoral más sensata, como la que tienen en Alemania, por ejemplo, o en Portugal, aún más cerca, y que impide llegar al Parlamento nacional a aquellos partidos que no obtienen un mínimo de votos o que no tienen candidatos en todas las circunscripciones. No hay que prohibir a los partidos regionales como ha hecho nuestro vecino ibérico, sino centrar su área de actividad en el espacio que ellos proclaman de su esmero. No tiene sentido eso de “ir a Madrid a defender los intereses de mi región” porque en las Cortes lo que se defiende son los intereses de España en su conjunto, no los particularismos. Cuando los partidos nacionalistas se convierten en chantajistas, lo que provocan es que les salgan imitadores aventajados con esa idea absurda y tremendamente nociva que es extender el modelo aberrante de “Teruel Existe” a diestro y siniestro, hasta acabar en el caos, cada caciquillo provincial ofreciendo su voto al postor más desesperado, con la ley y la igualdad de los españoles en almoneda.

Hay que recordar siempre que las constituciones y las leyes en general no sirven para acabar con los problemas, como pretenden estos iluminados que se llamaban de la “nueva política” y que han resultado ser más antiguos que el hilo negro. Los conflictos existirán siempre en la sociedad porque los seres humanos no somos (afortunadamente) iguales y lo que consigue el derecho en general es que podamos regular esas diferencias conviviendo pacíficamente sin tener que dirimirlas a tortas. Por eso es inútil pretender que en la Constitución se consagre el derecho a la salud, como si se pudiera denunciar a los bacilos en el juzgado de guardia, ni arreglaría el problema de la vivienda que aparezca mejor mencionado en la ley de leyes porque la Constitución es muy importante pero no puede hacer milagros. A Hugo Chávez, un tirano al que conocí personalmente, le pareció que podía arreglar su país cambiando la constitución; se inventó una nueva llena de retórica “progresista” y revolucionaria; la hizo imprimir en millones de ejemplares hasta en un formato pequeñito “para que los campesinos la puedan llevarla en el bolsillo y leerla cuando quieran” y ya ven ustedes como está ahora mismo Venezuela.