Opinión
Por
  • Félix Rodríguez Prendes

“A los que me escucháis os digo”

Lectura del Evangelio.
Lectura del Evangelio.
S.E.

El Evangelio que proclamamos el domingo pasado (Lc. 6,27) podríamos decir que define lo que debería ser la señal de identidad del cristiano. De hecho en los sinópticos, no todos relatan los mismos milagros y además el Señor realizaría muchos más de los relatados, pero este pasaje de este domingo, que es un poco colofón del gran Sermón de la Montaña, lo describen todos porque es realmente revolucionario. Veamos: tanto en el Deuteronomio como en el Levítico se ordena que hay que amar al prójimo como a uno mismo, entonces ¿Dónde está la novedad que incorpora el Señor? Pues primero en que en este discurso el Señor cambia prójimo por enemigo, ”amad a vuestros enemigos”; el prójimo para los israelitas solo eran otros israelitas, el prójimo definía un sentimiento nacional; el enemigo es el extranjero, el gentil. Lo que el Señor manda no era políticamente correcto, como tampoco lo es ahora.

La ley del Talión, de Hammurabi,: ojo por ojo, diente por diente, en su momento fue un gran avance; fue la forma de terminar con la cadena de agravios y resarcimientos que se producía después de la primera ofensa, era algo que no tenía fin y por eso también trataba de evitar esa primera ofensa, porque el ofensor sabía que sería pagado con la misma moneda. Con esta ley se terminaba esta macabra cadena. La frase del Señor: “Pero yo os digo” con que empieza este relato San Mateo (5;44) incluye la adversativa pero, que puede dar lugar a mala interpretación, cuando la verdad es que no sustituye ni deroga nada, sino que va más allá, va al fundamento del perdón.

Posiblemente esta novedad, muy difícil de cumplir, es lo que más distingue el Nuevo Testamento: La no acepción de personas, porque todos somos hijos de Dios, como nos pide el Apóstol Santiago en el capítulo 2 de su carta.

Hoy hay muchos que se consideran cristianos, entre los que se ha puesto de moda la frase: perdono pero no olvido. Lo cual es un imposible metafísico. No olvidar es tener rencor y rencor significa sentimiento arraigado y tenaz, es como si continuamente estuviéramos pasando el agravio por el corazón, que eso significa recordar; lo cual hace imposible el perdón porque el perdón y el rencor son dos sentimientos opuestos.

Cuando el Señor nos pide amar a nuestros enemigos no está pretendiendo ser motivo de escándalo, ni tampoco pretende sorprender. El Señor lo que quiere es devolver al hombre la dignidad de comportarse a imagen y semejanza de Dios quien, a través del Sacramento de la reconciliación, hace que perdón y olvido sean una misma cosa. En el Levítico se nos pide ser santos como Dios es santo; San Mateo: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (5,48) y San Lucas nos pedirá: sed misericordiosos como Dios es misericordioso (6,36). Quien quiera ser santo, perfecto y misericordioso, que viene a ser lo mismo, debe comportarse como lo hace Dios, rechazando toda venganza y rencor. No se trata de ser simplemente buena gente, se trata de ser buenos cristianos, se trata de ser prefectos, sin que ello signifique ningún privilegio sino tener como patrón a Dios y comportarnos a la medida del Padre. Dicho de otra forma, amar a aquellos que no nos aman y que nunca nos lo recompensarán porque el amor interesado, el que da para recibir, el do ut des, ese no le interesa al Señor y no debe ser lo nuestro.