Opinión
Por
  • Félix Rodriguez Prendes

Haced esto en memoria mía

Procesión del Cenáculo en Huesca.
Procesión del Cenáculo en Huesca.
Pablo Segura

EMPIEZA la Semana Santa que es una celebración eucarística extendida en el tiempo: desde el Domingo de Ramos hasta la Vigilia Pascual, por lo menos, eso creo yo. Nuestro obispo, hace unos años, en el pregón de Semana Santa fue más allá y dijo que esta es la única semana del año que dura doce meses, porque cada domingo celebramos la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

Si empezamos por el Domingo de Ramos, sorprende que la misma gente que aclama al Señor a la entra de Jerusalén proclamando “Hosanna en el Cielo” proféticamente, sea la misma gente que grita el jueves, enfurecidamente, ¡Crucifícale!. De llamarle Rey de Israel a decir: “no tenemos más rey que el César”. Las ramas verdes de olivo también se han trasformado en madera de la cruz. La lección que hemos de sacar de esta entrada triunfal en Jerusalén es que el Señor nos pide coherencia y perseverancia, fidelidad y lealtad para que nuestros propósitos, que pueden ser fogosos, no se queden en eso y en poco tiempo, lo mismo que se incendiaron, se apaguen. Porque en el fondo de nuestros corazones hemos de reconocer que somos capaces de lo mejor y de lo peor, pero si queremos tener la vida divina que el Señor nos brinda, hemos de ser constantes, saber que Él siempre está ahí y en consecuencia hacer morir por la penitencia y por el sacramento de la reconciliación, todo lo que nos aparte de los primeros buenos propósitos, todo lo que nos aparte de Dios.

El Jueves Santo, día del Amor, el Señor, que nos lo ha dado todo, que ha querido ser uno de nosotros, ha sufrido, reído y llorado con nosotros. El Señor celebra su última Pascua judía y la primera cristiana en la que es a la vez víctima y sacerdote. Adelanta sacramentalmente el sacrificio del día siguiente para hacernos el regalo de quedarse para siempre con nosotros, establece una nueva alianza y nos pide lo mismo que pidió a los judíos en Egipto: “Este día será para vosotros memorable (“haced esto en memoria mía”) y lo celebrareis solemnemente en honor de Yahvhe, de generación en generación. Será una fiesta a perpetuidad (Ex 12,14. Lc. 22, 19). La Nueva Alianza añade algo que nos compromete totalmente. “La señal por la que conocerán que sois mis discípulos será que os améis los unos a los otros” (Jn. 12, 15). Si preguntáramos al Señor que hemos de hacer para imitarle, porque queremos ser santos, Él nos dirá que lo que espera de nosotros es “comodidad” (como dí, dad), así de sencillo. Puede ser que para corresponder a la máxima manifestación del Amor, pudiéramos pensar ¿Qué podemos hacer nosotros si solo somos una gota en el mar?. La M. Teresa de Calcuta diría : “ el mar sería menos mar si le faltara esa gota”, así que no valen excusas.

Por fin el Viernes Santo. Se va a cumplir su deseo de redimir a los hombres. Jesús es elevado en la cruz y lo que, hasta ahora, era un cadalso se va a convertir en árbol de vida y puente hacia la Gloria. Podríamos preguntarnos ¿Era necesario tanto padecimiento? San Agustín responde: “todo lo que padeció es el precio de nuestro rescate” (Comentarios sobre el salmo 21). Pero además, sin la Cruz, sin la muerte, la Resurrección es imposible y sin la Resurrección la muerte sería un sinsentido. Con todo, el drama de la Cruz sigue siendo “motivo de escándalo para los judíos y locura para los gentiles” (I Cor. 1, 23). En el suceso concreto de la Salvación, si bien es verdad que el Señor se sometió voluntariamente a aquel suplicio por todos nosotros, no lo hizo por la colectividad, la colectividad es una consecuencia, sino por cada uno de nosotros y cada uno podemos decir: El Hijo de Dios me amó y se entregó por mí” ( Gal. 2, 20) Y de bien nacidos es ser agradecidos.

Félix Rodriguez Prendes