Opinión
Por
  • Félix Rodríguez Prendes

Aquí estoy, ligero de equipaje

Lectura del Evangelio.
Lectura del Evangelio.
S.E.

El próximo domingo es el domingo del Buen Pastor y esto nos debería llevar a pensar que si el Señor es el Pastor, nuestro Pastor, eso quiere decir que nosotros somos las ovejas de su rebaño. Ahora en esta civilización urbanita en que estamos inmersos, la idea de pastor a lo más que llama a la genta es a una idea bucólica: praderas, campos de rastrojo veraniego, etc.

Antiguamente y más en el tiempo y en el lugar en que el Señor hablaba, la figura del pastor tenía otra connotación; Israel era un pueblo ganadero, ganadero pobre, no con grandes rebaños, unas pocas ovejas eran el bien de la familia, unas pocas ovejas a las que se les ponía nombre, como miembros de la familia y realmente lo eran. Y así es también el rebaño del Señor porque para Él, toda la humanidad es un pequeño rebaño en el que ha dado nombre a cada una de las ovejas. Dar un nombre es distinguir de los demás, es hacerla singular, dar un nombre tenía además un contenido, un deseo para el nombrado y lo vemos continuamente en la Escritura: Abraham (Padre de pueblos)(Gen. 12), Enmanuel (Dios con nosotros), Juan (el fiel de Dios) y tantos otros. Después se ponían nombres entre los cristianos con la idea de que el nombrado adquiriera las virtudes del santo patrón. Por ejemplo, en mi caso, Félix con la idea de que fuese tan feliz como san Félix, (mártir en la persecución de Diocleciano. Año 304). Por eso de ser de la familia, de darle su nombre el Señor se preocupa tanto de una oveja descarriada o perdida, que deja a las otras noventa y nueve para salir en su busca. Y qué mejor vida que vivir confiado en nuestro Pastor: “en verdes praderas me hace recostar y me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas” (salmo 22). Es curioso que el texto del salmo, en el primer versículo, dice: “El Señor es mi Pastor, nada me falta” haciendo un presente eterno y el mismo salmo, puesto en canción, dice: “….nada me ha de faltar”, adivinado con ese futuro la verdadera idea del salmista; siguiendo a mi Pastor nada me faltará.

Hacer caso a la llamada se llama vocación. Y el Señor se vale, con su sentido del humor, de múltiples trucos para llamarte y esperarte. ¿Quién me iba a decir a mí, después de recorrer media España, que acabaría en Huesca?. Pues aquí me esperaba el Señor. A Moisés que vivía feliz con su mujer y su hijo, cuidando los rebaños de su suegro, le llama por su nombre en medio del desierto, desde una zarza ardiendo sin consumirse y Moisés, que podía haber pensado que tenia alucinaciones, (alguien que te llama en el desierto y por tu nombre, no era para menos); y sin embargo dijo: “Aquí estoy”.

Nosotros lo tenemos más fácil, la llama que no se consume la llevamos dentro desde nuestro Bautismo; puede que ya solo sea un rescoldo, pero ese rescoldo puede reavivarse y de hecho lo reavivamos, el Señor nos lo reaviva cada vez en la Eucaristía. Solo tenemos que decir: ¡Aquí estoy!.

Al asentir a la llamada, estamos reconociendo que Jesús es la Puerta, la otra idea de la semana. Y no hay otra puerta. Santo Tomás cuando hablaba del deseo innato en el hombre de la felicidad, ya reconocía que la felicidad máxima que podemos conseguir en esta tierra, no es la felicidad perfecta que decía Aristóteles, la felicidad perfecta será la visión de Dios y a esa solo se llega por una Puerta, una puerta que siempre está abierta pero que para traspasar su umbral, la llave es ¡aquí estoy!, dicho con la alegría de saber que traspasarla significa la vuelta definitiva a casa. Este embarcarse en la nave que no ha tornar hemos de hacerlo “ligeros de equipaje, casi desnudos, como los hombres de la mar” (A. Machado). El único equipaje es a mar.