Opinión
Por
  • Manuel Campo Vidal

Cada dos días, un sobresalto garantizado

El humo de las explosiones es visible desde el centro de la ciudad ucraniana.
El humo de las explosiones desde el centro de la ciudad ucraniana de Leópolis.
Claudia Sacrest/EFE

Es la “nueva normalidad”, concepto acuñado durante la pandemia. Tal como está el mundo, la nueva normalidad es un sobresalto cada 48 horas. El frente ucraniano está a menos de cuatro horas de vuelo de España y a doce de América. Pero esta guerra no es solo de tanques, misiles, drones y refugiados. Es también conflicto energético, diplomático, económico, tecnológico y de la información. Así que el corte de gas ruso plantea serias dudas, con insomnio, a media Europa sobre cómo se va a calentar el próximo invierno; o con la reducción del suministro de gas argelino se presiona a España para que no le pase gas a Marruecos, su enemigo histórico; la retención del grano cosechado en los puertos de Ucrania amenaza de hambruna a media África; entretanto, en la Bolsa, el cambio de cinco consejeros independientes en una empresa clave en la tecnología militar como Indra, hunde la cotización un 15 por ciento en un día; el adelanto del verano quema casi cien mil hectáreas de bosque en la península ibérica… La lista se hace interminable y la ciudadanía espera el sobresalto de pasado mañana, que nadie saber por donde vendrá.

España tiene una posición geoestratégica clave para la OTAN, como ha recordado su secretario general, Jens Stoltenberg. Dispone de casi ocho mil kilómetros de costas, si se cuentan los archipiélagos, lo que le ha permitido instalar seis plantas regasificadoras. Al estar situada a solo 14 kilómetros de África, la Península Ibérica se convierte en un auténtico portaviones entre América, África y Oriente Medio, pero con el inconveniente de que sufre intensa presión migratoria por el sur con tragedias frecuentes como la del viernes pasado en la frontera de Melilla: una carnicería estremecedora con treinta y siete muertos y centenares de heridos. Antes del volantazo diplomático del Gobierno hacia Marruecos, su policía habría estado alentando el salto de la valla en vez de tratar de contenerla. Pedro Sánchez pedirá a la OTAN en Madrid más defensa para el flanco sur europeo.

Vienen nuevas situaciones de tensión: la ciudad de Madrid está blindada estos días por la celebración de una asamblea de la OTAN que se califica de “histórica” ya antes de empezar. Podría ser así, ya que otras reuniones anteriores no se producían en el contexto de una reordenación acelerada del mundo como la que vivimos. Diez mil policías en tierra y en el subsuelo, más docenas de aeronaves y drones, ofrecerán seguridad a los tres mil participantes de 50 delegaciones. Una de esas personas es Joe Biden, otro Macron, otro el rey Felipe y así sucesivamente.

Pero esos ataques pueden llegar también por los ordenadores o los teléfonos inteligentes; se han reforzado las infraestructuras críticas para evitar un apagón eléctrico generalizado, o la paralización de los radares que regulan el tráfico aéreo y marítimo. Se diría que en el mundo actual la distancia entre excelencia tecnológica y caos organizativo se estrecha constantemente. Pocos cliks separan el cielo del infierno.

Y cada pieza del tablero presenta un riesgo cierto de ser activada a distancia. Léase la ruptura unilateral del Acuerdo de Amistad entre Argelia y España en la que se vio la mano de Putin pidiendo ese castigo a su principal aliado en el Mediterráneo. Sobresalto en Madrid. Tras la petición de ayuda a la Unión Europea, desde Bruselas se advirtió que cortar unilateralmente con un socio es como romper con todos. Sobresalto en Argel y retirada del comunicado. En fin, un sin vivir.